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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Bailar a la Virgen de los Dolores

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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SOLICITO DE QUIEN corresponde licencia para poder hablar de lo que acaso no sepa, pero que estoy seguro de sentir como el que más. Quiero referirme a la representación popular leonesa de la Semana Santa de la Pasión¿ (¿De la Pasión o de la alegría bien entendida?) Porque es el caso al que trato de referirme con esfuerzo y pudor de cuando los cofrades de alguna de las hermandades que forman el santo cortejo del Cristo crucificado por la impura palabra del hombre sudoroso, precisamente en el momento más hondamente emocionante del texto y del contexto, imponen al «paso» que llevan sobre los hombros, un baile, yo no diré que estrafalario, porque nada de lo que el hombre hace desde el amor puede considerarse estrafalario, pero sí contradictorio, extraño, pintoresco si se quiere, y en el camino ya de las denominaciones desnudas, hasta herético. Porque no se concibe que la Virgen, que sigue al hijo muerto, tenga ganas de que le bailen. Al menos resultaría inconcebible que se nos muriera un hijo y en lugar de rezarle o llorarle le bailáramos, o nos bailaran a la Virgen la madre dolorosa, con el Hijo muerto en brazos. No quiere decirse que los hermanos bailones cometan pecado o herejía, porque naturalmente, los que se alegran de la resurrección que se presume, son los miembros de costaleros, abades y damas vestidos de luto. No, y hasta sugiero que se les conceda días, semanas o meses de indulgencia, en gracia a su devoción¿ Pero ¡coña doña Bernarda!, tampoco bailarle a la Virgen parece una demostración que se pueda acoger en buena doctrina. A estos efectos recordamos aquel episodio de cuando la Junta de las Cofradías Leonesas contrataron para cantarle saetas a Cristo Padre, a una cantata del Café de La Paloma, una tal o cual Aicha la Hebrea, que no hizo más abrir la boca para que el coro de sacerdotes que formaban en el cortejo irrumpiera y apagaran la voz de la saetera, dejando a la población atenta y hasta dispuesta al aplauso, a cerrar la boca para abrir el corazón. Fue una de las primeras manifestaciones protestatarias de una ciudad que ya andaba a la estela de la posible república de trabajadores de todas clases. Los vientos democráticos han hecho posible un cierto cambio, no en la organización y montaje de la Semana Santa, sino del pueblo acompañante y rezador. Y por tanto lo mismo que tienen los braceros y los abades licencia para bailar el santo, componiendo una estampa móvil raramente fiel, pudiera convertirse alguna otra de las prácticas en escenas serias, con menos bailongo y más amor al prójimo. Porque el único temor es que acabemos por transformar la representación de la Semana Santa en una verbena. Y para eso mejor están los santos en su iglesia y el pueblo en casa.