CRÉMER CONTRA CRÉMER
¿Y usted, cuánto gana?
NO ES QUE EL INVENTO ELECTORAL nos satisfaga plenamente, sino todo lo contrario: Los franceses de la Francia de la Grandeza y de la Revolución fueron los primeros en poner en marcha la idea. Se dijeron: Tal como se presentan las elecciones (las suyas, naturalmente) lo mejor es someterlas a una cierta forma de referéndum popular, para saber hasta qué punto estos señores que se erigen en líderes dan alguna en el clavo. Y de forma inteligente, comenzaron a reunir gentes de toda condición y de ideología reservada, para que ante este cónclave crítico e independiente, los candidatos, los líderes, los sumos responsables respondieran a aquellos problemas que constituyen la preocupación angustiosa de la mayoría del pueblo llano, cuanto más llano mejor. El resultado debió resultar interesante para los franceses, en tal medida, que los españoles, que andamos siempre imitando a los gabachos, corrieron a montar otro tinglado parecido y hasta con el mismo lema para arrancar: «Tenemos una pregunta para usted». Y la prueba resultó. Hasta cerca de ocho millones de españoles se reunieron para ver y escuchar, no tanto las respuestas que los líderes habían de esclarecer, sino la capacidad de los nombrados para la constitución del variopinto Parlamento. Como de los líderes responden por sí mismos y por sus respectivos partidos y partidarios nada tenemos que objetar. Pero de los reunidos para formar el senado crítico, sí: Nos pareció de tal flojedad la capacidad intelectual de los reunidos que las preguntas sonaban como disparos en la noche. Cada uno de los preguntadores se atenía a su problema particular y dada la calidad y el nivel de estos llamados, la pregunta solía parecer a la que serviría para zanjar la cuestión en la taberna del barrio. Ni se profundizaba en la verdadera problemática de la nación, ni se respondía con la sinceridad que el pueblo preguntón solicitaba. Por ejemplo, una señora, muy nerviosa, cerró su intervención, preguntando al ponente señor Rajoy: «¿Y usted cuánto gana?». Porque en mi caso -vino a añadir- mis ingresos como ciudadana de a pie es de trescientos euros, con los cuales he de pagar la luz, el agua, la vivienda y el puesto a la lumbre. «¿Cómo cree usted que se puede vivir con tales ingresos?». La respuesta fue rápida y desoladora: «¡Malamente, señora, malamente!». Y no se aludió al discurso económico del jefe cuando vino a decir que la economía nacional iba boyante. «La nacional, tal vez, pero la de los españoles no tanto». Ni se citó el problema de la inmigración, ni la angustia de la vivienda, ni la violencia de género, ni casi nada de lo que de verdad de verdad interesa a los cuarenta millones de españoles de bajo, bajísimo nivel. Lo que obligó al final de la jornada a un desfile desolado en el cual se repetía la frase sacramental: «Para este viaje no necesitábamos ni las alforjas ni a los egregios porteadores». O sea que como dijo uno de los rectores de la cosa: «¡No se puede dar gusto a todos!». ¡Joer, así¿ cualquiera!