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Publicado por
Antonio Núñez
León

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LLEVAMOS dos semanas largas en éste, su periódico, amigo lector, intentando compaginar veintitantas páginas con una encuesta según la cual sólo un 11% de la gente confía en los políticos de León y el otro 89% restante no. La cosa va por Internet. Aquellos a los que se la sudan/no saben/no contestan ni siquiera se han molestado en llamar, aunque servidor estima que pueden ser otro 120%. Éste no es un país propicio a las encuestas a pie de urna, por otro nombre «israelitas» -allí contestan rápido y en serio, por si los morancos- y, menos aún, con las urnas a quince días vista o al día de ayer, unas pocas horas cuenta atrás. Los sondeos de opinión, como la medicina que cura el dolor de muelas, no son una cierta exacta, salvo en lo que cuesta el dentista. Valen para saber de dónde sopla el viento, a qué candidato le huele el aliento y poco más. Estos días en las redacciones de los periódicos ha habido debates para todos los gustos, algunos con opiniones muy dispares porque sobre gustos no hay nada escrito, cada uno somos de una madre y todos, en general, de la madre que nos parió. Hay quien elucubra sobre pactos, otros sobre el desgaste del poder (más se desgasta la cuenta corriente en la oposición) y no faltan los vagos, pero realistas, que todo lo dejan al «mañana Dios dirá». Así que no se aclara nadie. Modestia aparte, servidor tiene su particular valoración de este tipo de encuestas. El 11% escaso de la población que se fía de los políticos son los cuatro mil que se presentan para alcaldes, concejales, pedáneos, procuradores en cortes, cuñadas y demás familia a colocar en estas elecciones. Personalmente me parecen pocos y pienso que ya no se fían ni de ellos mismos. En cuanto al 89% restante, somos, como es natural, todos los demás. Los políticos se desprestigian solos. Vas a un pleno del Ayuntamiento, de la Diputación o de las pomposas Cortes autonómicas y oyes lo que nunca escucharías en casa en noches de tormenta entre los matrimonios peor avenidos. Maltrato sicológico no sé si será, pero por menos de lo que se dicen allí han empapelado a más de un marido. Y las procuradoras no son las mejores: algunas zumban como una avispa en un bote. Con menos palabrotas nos hubieran echado también a nosotros del colegio cuando éramos pequeños. Pero ahora que acaba la campaña electoral y el curso escolar vale todo. Ya le he dicho a mi niña que se aparte de las malas compañías, a saber y por este orden: hijos de diputados de dudosa reputación, vástagos de concejales de urbanismo que la pueden desgraciar en cualquier chaflán y, en general, de quien le enseñe el carné del partido antes que el DNI. «Chati -le dije ayer mismo dándole la propina y un buen consejo-, el primero llama a engaño y el segundo nunca miente». ¿Soluciones para la escasa credibilidad de los políticos? Si es que la cosa tiene todavía remedio, a mí sólo se me ocurren dos. Primera examinarlos a todos de educación para la ciudadanía, los que hayan ido al instituto, o de urbanidad, los que hicieron el bachillerato en colegios de pago. Y el que no pase la reválida, a trabajar como cualquier padre de familia y no de la patria. Es dudoso que aprobaran Pepiño Blanco, Otegui, Montilla, Isabel Carrasco o De Francisco. «Los demás -según me juró este último- por los pelos». Y, segunda alternativa para el 88% que no nos fiamos de ellos, la única posibilidad es que, como el 12% restante, nos coloquen a todos en el ayuntamiento. Mano de santo en León y barato paisa, aunque, si Rodríguez Zapatero quiere tener credibilidad en España, seríamos unos treinta y tantos millones de paisanos, uno o dos más o menos parriba o pabajo . Allá él en las próximas elecciones. Seguramente hoy van a ganar todos los partidos, aunque aún no sabemos quienes, como solía decir Pío Cabanillas antes de que se descalabrara la UCD y aún seguía pactando la Caja Rural de Orense. Servidor apostaría también veinte duros a que no pierde nadie y, si no, reléanse estas lineas a la luz del televisor cuando en la tarde de hoy domingo se sumen y resten resultados en las sedes de los partidos, donde el que no se consuele será porque no quiera. El que no gane más que el otro seguro que pierde menos que el siguiente y, al final, con los pactos los últimos serán los primeros. A la hora de escribir estas líneas otra encuesta galáctica de internautas nos da que el 82% de los lectores estarían de acuerdo con que en los ayuntamientos gobernara la lista más votada y sólo el 18% no. O sea que, sobre poco más o menos, somos los mismos de antes, pero al revés. En la redacción todo el mundo está también de acuerdo por una vez, porque sería lo lógico cuando ganen democráticamente los nuestros. Pero depende de quienes.

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