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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Después del día del libro

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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EN LA MEDIDA en que cada uno puede y debe, todos hemos hecho lo posible por celebrar la llamada Fiesta del Libro o Día de Cervantes, o tiempo de los enamorados y de la Rosa. Hemos sido protagonistas y lectores a la vez y nos hemos sentido vivos de nuevo y también nuevamente insatisfechos, no porque se hayan evitado las reglas tradicionales, que nunca las hubo, sino porque estamos cayendo en el tópico, en la costumbre o en la manía. Y el libro, Cervantes, la rosa y el amor, son obligaciones de todos los días, de todas las horas, de todos los relojes. Cada uno de los patroneadores de la correspondiente fecha, habrá anotado en su agenda la nota más característica, según su leal saber y entender. A nosotros nos ha asaltado inapelablemente, la proyección de la Juventud en el ámbito de la cultura, no diremos que con la misma intensidad que el pelotón o que la música para conciertos desaforados, pero sí de tal manera que ya nos parece advertir que se está produciendo en nuestra Ciudad, en nuestra Sociedad, una variación: ¡No es cierto que la juventud -divino tesoro- se haya alejado del libro, de la conferencia, de la lección pública y gratuita, entregada al disfrute de episodios de otra enjundia, ni es ya tan evidente que la juventud, además de estudiar de mala gana, evite cuidadosamente afanarse en operaciones de transformación cultural, de tal manera que la costumbre establecida de la lectura entrecortada del Quijote, parezca un motivo de deslealtad con nuestro obligado destino intelectual. Los jóvenes van a la escuela, acuden a la universidad, pueblan los centros en los que se mide la tensión de la sociedad por el número y género de las asistencias. Y, conviene advertirlo y subrayarlo: ya no son solamente las mujeres las asomadas a la cultura con el propósito de ocupar sus mejores puestos. La juventud, de cualquier signo (masculina, femenina y neutra) acude a todas las citas y acaba por imponer su estilo de vida, la dirección de nuestra ruta y el propósito firme de enmienda. La sociedad, lenta pero segura, se dispone a ocupar el puesto que efectivamente tiene allí, a su disposición, no para su provecho económico solamente, que no sólo de libros vive el hombre, sino para ejercer su circunstancia política con lealtad, con aprovechamiento y con beneficio ampliamente social. ¡Aleluya! De ahí que, partiendo de este talante o principio o condición natural de nuestro tiempo, nos neguemos a admitir como objetivo ineludible para la composición social, la aplicación de la «cuota», si de distribuir los puestos de responsabilidad se trata. Porque este «modo» de ejercer la política y de aplicar las leyes se deriva inapelablemente hacia una forma de la manipulación. A cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus capacidades y preparación. Ni café con leche para todos ni otra plaza partida para el ejercicio de la selección. Varones o hembras pero sin medir el número: «Anoche, cuando dormía/ soñé, bendita ilusión/ que en política ya somos/ de la misma condición. Y no es eso exactamente ni en Palencia ni en León.