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Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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SI YO FUERA PRESIDENTE de la Diputación de León sería muy feliz, seguramente, y me dedicaría a viajar por la provincia. Para conocer gentes y lugares, para saber qué cosas les pasan a las personas que viven por la enorme demarcación leonesa. Cada semana me acercaría a una comarca, o una subcomarca. Tendría un gran mapa en mi despacho, e iría colocando chinchetas rojas sobre los pueblos visitados, las aldeas... Comprobaría así que la provincia de León, como todo territorio vasto y variado, es infinita. Y siempre me quedaría algo por ver: un pequeño valle, un monte, unos campos. Y sentiría en directo la infinitud, que es algo muy saludable y enriquecedor. Escucharía a todas las personas que quisieran hablar conmigo. Y, aparte de anotar sus reivindicaciones, anhelos, noticias y relatos, me quedaría perplejo al sentir que el habla de La Cabrera se parece poquísimo a la de Valdeón. O nada. Comprobaría que entre Tierra de Campos y Fornela existen unas diferencias muy considerables. Y todo eso me produciría extrañeza, pero también felicidad. Y sentiría que el concepto «León» se diluye en una complejidad gozosa donde resulta muy difícil encontrar un denominador común. Y justo a partir de ahí surge el más importante de los denominadores: el deseo de ser leoneses, de seguir siendo leoneses. El sentir esa vinculación al margen de otras razones más o menos objetivas. León es un crisol. No existe aquí esa mayor uniformidad de Galicia o de Castilla. O de Aragón, Cataluña, Castilla-La Mancha... La provincia nuestra por una parte es cantábrica y de cordillera, montañesa y brava; por otra posee la música verbal de Galicia, aunque hable castellano muy mayoritariamente; por otra es imposible distinguirla de las llanuras de Valladolid y Palencia. Ahora bien, al margen de las notables diferencias de todo tipo que existen entre Riaño y La Baña, Balboa y Sahagún o Villablino y Coyanza, perdura esa romanidad vieja y libre, que nos configura esencialmente. Amparada en esos monumentos organizativos que son las diócesis de Astorga y de León. Ése es León, incluyendo en el lote al norte de Zamora y a las Valdeorras orensanas, aunque no al Bolo -también asturicense de diócesis-. Y dicho todo ello, por supuesto, sin veleidad alguna anexionista. No somos como otros. En esa provincia de León, en esa patria noroccidental y noble, algo silenciosa, existe una labor muy grande que desarrollar. Y no es preciso ser comunidad autónoma propia para abordarla. No. Hay que tener ideas y ganas. Y fondos. Hay que saber encontrar ayuda en Madrid y Valladolid. Y mucho se ha hecho, seguro. Y nos ha ido bien. Pongo un ejemplo: ¿habría podido una autonomía uniprovincial sacar adelante el MUSAC? Impensable. De modo que uno cree que el único leonesismo cabal hoy por hoy, el único viable, pasa por respetar el marco jurídico territorial y, a la par, por explotar al máximo las posibilidades que la Diputación ofrece. Sí, ya sé que la corporación provincial tiene, sobre todo, obligaciones en materias asistenciales, de infraestructuras, etc. Y está muy bien. Pero yo diría ahora, en este pórtico de la nueva legislatura provincial, que es el momento de reflexionar y de potenciar al máximo la labor cultural de la Diputación. De abarcar todos los ámbitos de la cultura, todos los acercamientos, todos los procesos. De ser más imaginativos y más profundos. Más certeros, más eficaces. Se ha avanzado mucho, pero también es obvio que falta un impulso nuevo; una apuesta más ambiciosa y no necesariamente mucho más cara. Una ilusión, en fin, que solo se puede articular desde el Palacio de los Guzmanes, donde radica la casa de todos los leoneses.