Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Ni humillados ni vencidos

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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SE ACABÓ la parafernalia de las elecciones. Y los discursos apasionados de los candidatos resuenan todavía en los espacios electorales de la ciudad. Escribo este parte de paz -la guerra ha terminado- cuando los unos y los otros repasan los distintos episodios del libro. Ganaron los mejores y no se encontraron vencidos, porque en resumidas cuentas y pese al acento arisco de algunos oradores de plazuela, todos los que intervinieron se han hecho acreedores de nuestra estimación. Porque se supone que acudieron a la cita con un solo afán: Hacer lo que tienen que hacer y la ciudad demanda lo mejor posible, relevando para un plano inferior todo interés personal que de un modo o de otro se ponga o se interponga al interés de la comunidad. Ahora, diremos con el maestro de arte de nuestra infancia, «¡A trabajar!» o sea a poner en práctica todas aquellas iniciativas que sirvieron para sostener la doctrina, olvidando o enviando al depósito de desguaces retóricos todos aquellos discursos que contenían una porción de esgrima de pura circunstancia. Porque en resumidas cuentas, todos los hijos son valientes y a todos nos interesa que el cumplimiento de su misión se ajuste al capítulo de necesidades y exigencias de la comunidad. Durante un tiempo, reservado para licencias orales y pensamientos cortos, los candidatos han lanzado al viento argumentos, doctrinas y promesas que si se cumplieran tal como fueron proclamadas sería España la nación más feliz del universo mundo. Pero ni el dinero, ni los padrinos, ni los osados dan la felicidad. Este es una gracia que nos merecemos por nuestro comportamiento. De modo que fieles a esos dictados, seamos leales y honrados y defender la ley, la libertad y el buen entendimiento entre los hombres de una misma sangre. Y perdonad las posibles ofensas en que hayamos caído en el transcurso de un tiempo febril en el cual se juega más con el corazón que con la cabeza. Porque en resumidas cuentas en un estado de exaltación como es el natural de la conquista del voto, todos alguna vez, inconscientemente o arrebatados por la pasión hemos caído en ligerezas de expresión o en calificaciones extremadas. Ya se terminó la guerra. Es llegada la hora de recoger el viejo armamento y encerrarlo en el arcón de la abuela con siete llaves, como el cofre del Cid. Vamos a detenernos un momento y sobre todo intentemos reflexionar, extender el diálogo de los entendimientos y facilitar los planes que puedan llevar a la ciudad y a sus gentes buenas al estado de felicidad relativa por lo que según los discursos pronunciados durante estos últimos días hemos luchado. Ni humillados ni vencidos, porque además de debernos todos al progreso y entendimiento entre prójimos y cada uno de nosotros, los tiempos que se avecinan no están para guerras de los treinta años. Porque las guerras, aun las pequeñas guerras políticas como dejara escrito aquel glorioso sacrificado, García Lorca, pasan llorando con un millón de ratas grises.

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