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Felipe Boso, un poeta que juegacon la subversión de los signos

El Servicio de Publicaciones de la Universidad recupera a través de una nueva edición una de las obras más valiosas de la poesía visual española «La palabra islas»

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T. Fernández - león
León

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La palabra islas tiene, desde antiguo, un gran prestigio en nuestra literatura. Arranca ya desde los últimos momentos medievales y aún sigue en pie. Sirvan como ejemplos, desde la ínsula Firme, de Amadís de Gaula, o la no menos célebre ínsula Barataria de El Quijote, hasta ese sintagma imantado de «las ínsulas extrañas» de San Juan de la Cruz. Ese arcaísmo del término ínsula, evoca con su esdrújulo, un aura de lejanías y territorios inalcanzables, aura que conlleva todo lo dotado de prestigio, aura que sigue manteniéndose aún. Como si el tiempo hubiera ido tejiendo, acuñando, construyendo un espacio acotado de lo excelso, de lo utópico casi, que ha terminado configurándose como uno de los arquetipos ya tópicos con que cuentan nuestras letras. Hoy mismo, una tan bien conocida como polémica antología de la poesía contemporánea en español, realizada por José Ángel Valente, Andrés Sánchez Robayna y Eduardo Milán, ha elegido como título el citado verso de San Juan, para acogerse al prestigio de lo ya acuñado. Deconstrucción Dentro de la colección Plástica&Palabra, dirigida por Javier Hernando y José Luis Puerto, el Servicio de Publicaciones de la Universidad de León ha publicado «La palabra islas», obra de Felipe Boso (1924-1983), uno de los escasos libros publicados en vida (1981), que podría calificarse de casi inexistente, por lo rara que es su primera edición. La palabra islas es un libro de palabras, o mejor, un libro que utiliza el significante de la palabra para, a partir de su mera visualidad y de la configuración de las palabras y de las letras en el espacio de la página, proponerlas como iconos, con el fin de convocar, de sugerir significaciones desacostumbradas, más allá de las convenciones lingüísticas asumidas por todos. Si la tradición literaria y las convenciones lingüísticas que asumimos levantan y construyen significaciones por todos aceptadas, Felipe Boso crea a partir del mecanismo contrario: la deconstrucción. Boso deconstruye, desarticula, desmonta lo convenido y ofrece otro tipo de belleza, una belleza que arranca, que parte del juego con letras y sílabas, con grafías de distintos tamaños, tipos, gruesos y usos (las de la imprenta, las de la máquina de escribir), que rompe con la línea y con el lineado convencional y se apodera de modo soberano del espacio de cada página. Una belleza que, apoyándose en las meras letras (las más utilizadas son las que contiene justamente el término «palabra»), juega con ellas, alterando su orden, combinando sus grosores y tamaños, eliminando toda significación preconcebida, a la vez que tratando de gestar, de alumbrar nuevos sentidos con el fin de sorprender al lector o, más bien, al contemplador, pues un libro como éste no pide tanto de nosotros la operación mental de la lectura, sino más bien la operación, mental también, de la contemplación de unas iconografías surgidas de una deconstrucción, de un desmontaje, de una desarticulación de los mecanismos convencionales por los que (según Saussure) funciona el signo lingüístico. «La palabra islas» es un libro perfectamente estructurado. Está concebido por su autor como un alfabeto, como un abecedario, con todas las letras y, religiosamente, por su orden. Un recorrido precedido y presidido por un guiño saussureano: «langue» (se indica en la página par, que no va numerada, como todo el libro), «parole» (se expresa en la otra), los dos elementos de que consta el signo lingüístico, que pone a la cabeza para contravenirlo, para prescindir de él, pues aceptarlo y tenerlo en cuenta supondría situarse en la «normalidad» (entendida como territorio de la norma), cuando lo que Felipe Boso quiere es deconstruirlo, desmontarlo, para alumbrar una belleza nueva. El autor convierte en un rasgo significativo la combinación tipográfica entre los dos tipos de letras, de tamaños y grosores que sobrepasan los acostumbrados, configurando con las letras y las palabras «poemas visuales», más clásicos y sobrios cuando se usa la tipografía de la máquina de escribir; más atrevidos y novedosos cuando el poeta recurre a la de imprenta, en la que predomina, aparte del juego de tamaños, el uso de letras negrillas. De esta forma, Boso crea territorios insulares en los que poder pronunciar sonidos asombrosos, recorrer espacios en todas las direcciones, confluir y separarnos, agrandarnos y disminuir, o converger y divergir. Reseña biográfica Felipe Boso, nombre literario de Felipe Fernández Alonso, nació en Villarramiel de Campos (Palencia) en 1924. Se licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Santiago de Compostela, además de realizar estudios de Derecho en Salamanca y de Filosofía en Madrid. A comienzo de la década de 1950 se trasladó a Bonn para cursar estudios de Geografía, Etnología y Geología. Allí contrajo matrimonio con una joven estudiante y fijó definitivamente su residencia. Su dedicación al área científica fue corta, al abandonarla enseguida para dedicarse a la traducción y a su vocación de escritor, y particularmente de poeta. Falleció en Meckenheim, cerca de Bonn, en 1983. Su obra poética, tanto en el ámbito discursivo, como en el experimental o visual, aparte de encontrarse diseminada en revistas y antologías, se halla reunida en tres libros, dos publicados en vida del autor, «T. de Trama» (La Isla de los Ratones, Col. Poetas de Hoy, 58, Santander, 1970), y «La palabra islas» (Editorial Garsi, Col. Mataphora, Madrid, 1981), obra ahora recuperada a través de esta nueva edición. Y uno póstumo, «Los poemas concretos» (La Fábrica, Arte Contemporáneo, Abarca de Campos, Palencia, 1994), obra con una cierta vocación antológica del quehacer creador de Felipe Boso.

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