Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

El último, que apague la luz

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VICTORIANO CRÉMER
León

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HA SONADO LA hora por todos los relojes de la comunidad. Ya no va más. Se acabó el juego, señores. Gana el rojo o el azul. Es lo mismo. El caso era jugar, jugar y jugar y tener entretenido al personal contándole el cuento de la buena pipa. Durante este plazo feliz, el que quiso habló de todo lo divino y de lo humano, sin que se viera en la obligación de garantizar cuanto menos la verosimilitud de la plática, ni la veracidad de las afirmaciones. El caso era figurar en la lista. Y si se consiguió, considero que su ambición estaba cumplida y le rogó a su madre, la buena señora Remigia, la del pueblo, que se trasladaran a la capital, que es donde de verdad se cuecen las famas y se otorgan los galardones. Y la pobre madre aceptó la solicitud de El Modorro y se plantaron en la capital del viejo Reino, que se decía, para ver si la suerte por una sola vez le aceptaba como favorito. El sobrenombre de El Modorro, le venía de padre y no porque ni el padre ni el heredero fueran auténticos modorros, sino porque en la tierra de procedencia el que no tenía mote cuando nace, se apresuran a ponérselo cuando le bautizan. Y como El modorro quedó para los restos. Pero con la oreja avisadora y el ojo atento a lo que pudiera darse en aquella circunstancia electoral en la que el más tonto consigue un nombramiento para celador. El Modorro así que se vio en tierra de promesas y de fortunas, se alistó en una de las agrupaciones que iban a por todas y desde ella y en ella comenzó a ejercer de manipulador, haciéndose el listillo del colegio del pueblo y el mejor dispuesto para colaborar en la lucha final, que hacia el estrado, el escaño o la silla conducía. Y logró, dominando el gesto y practicando el halago que en el partido se le tuviera en cuenta. Y se le integró entre los candidatos. Fue un leal colaborador y un eficaz portavoz. Recorrió la provincia pueblo por pueblo, sin conocer a nadie, y se confesó adalid y aun campeón de los más dispuestos para la pelea. Consiguió que su madre, la buena de la Remigia, le acompañara en el paseíllo taurino por el rastrillo de los sábados para repartir pasquines de propaganda. Y llegó el día 27, que era el señalado por los profetas para la ocupación de la tierra prometida. Y allá se fue El Modorro a vigilar el pulso electoral. Y votó, naturalmente por la candidatura en la que figuraba. Y descansó. Cuando al día siguiente, que fue lunes, se enteró del resultado negativo de su candidatura, corrió a entrevistarse con el líder: «Señor, señor, que no he salido, ¿qué hago?»¿ El ilustre jefe de mesnada contempló la figura desgarrada de El Modorro y le dijo: «Para otra vez será, tú sigue y apaga la luz al salir». Y El Modorro quedó rumiando el cantar mexicano de su repertorio: «También dijo un arriero/ que no hay que llegar primero/ pero que hay que saber llegar¿».

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