Diario de León

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NADAL tiene una costumbre obsesiva que repite cada vez que se sitúa en el fondo de la pista para sacar o restar. Siempre, todas las veces lo hace. Obsérvale. Se palpa la culera, pinza con los dedos la tela calzoncillera que se le ha metido en la raja del culillo y le pega un estirón recolocándola; y malamente debe de conseguirlo, porque al instante se le ha reproducido el problema y, hala, otra vez la mano al culo. Así cada vez (y en un partido como el de París pueden ser unas doscientas o trescientas veces, qué suplicio). Los tenistas tienen sus manías cultivadas, tics compulsivos o ritos propios; se tocan de tal manera la oreja, botan siempre la pelota el mismo número de veces antes del raquetazo de saque, se atusan el pelo, se esporpollan la camiseta... y lo repiten obsesivamente. Bueno, pues la reiterada manía de Nadal es sacarse las costuras del culo. Agobia tanto verle en este trance nunca definitivamente resuelto, que ganas dan de comprarle un lote de calzoncillos de coulotte pantalonero para que se le arregle de una vez el incordio. O seguirá el martirio; para él y la espectación sentada que pensará lo del viejo refrán, «quien no está acostumbrado a bragas, las costuras le hacen llagas», aunque se ve que al gicho Rafa nada de esto le pasa porque con el bragoncio incrustado corre que se las pela como con guindilla en el ojete y como si una voz interior le jaleara, ¡Nadal, chaval, aprieta el culo y da al pedal!... Cuando vemos a alguien con sus ropas pinzadas entre dos glúteos feroces, la cosa da risa o da grima; y bochorno a la víctima. A veces sentimos piedad por ella. Me contó Chacel que en una iglesia, durante la misa, se levantó tras el sermón una señorona con la falda capturada entre el nalgatorio y que un señor del banco de atrás muy delicada y castamente le sacó la falda del entredicho, pero se volvió la señora perpleja e indignada arreándole un guantazo. Al domingo siguiente coincidieron también en sus bancos y volvió a repetirse la situación del pinzamiento del faldumento; un feligrés vecino se apiadó sacándole la falda, pero nuestro hombre cortó bruscamente la operación aprestándose a meterla de nuevo mientras le corregía advirtiéndole: «no sea usted loco y colóquesela exactamente como estaba, porque cuando se la sacan, pilla esta buena señora unos rebotes muy agresivos».

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