Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La ley del silencio

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VICTORIANO CRÉMER
León

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LA CÚPULA DEL Partido Popular, me dicen, está molesta por lo que los chicos de la prensa, dicen en relación con la estrategia que se está desarrollando para poner en circulación una candidatura destinada a cubrir uno de los estrados más apetecibles. Solamente hace falta aclarar por qué esta preferencia y esta lucha turbadora en la que están interviniendo decenas de pregoneros. A este paso, me añaden, la acción de los comités de partido y aún la promoción de los militantes más cualificados y más eficaces, serán inútiles, porque lo que privará, lo que acarreará más ayudas, serán aquellos y aquellas a los cuales se les haya concedido el privilegio de ser mencionados con reiteración. Con las candidaturas para estos comicios de mayo, florido y lluvioso sucede lo que con la calumnia: nencióname, esparce mi nombre, que algo queda¿ Y todos se consideran en condiciones y con autoridad de profetas para el enunciado de aquel que según su diestra opinión disponen de facultades superiores a las del resto de los aspirantes para ser esto, aquello y lo de más allá. ¿Quiere usted ser algo en el mundo de la política? ¡Déjese ver y oír! O invite a quien le sea más propicio para que lo haga en su lugar. Y los nombres se agolpan de manera tal que producen confusión. Porque en puridad todos los electores tienen en la memoria el nombre de aquel que, según su modesta tendencia y opinión, está más capacitado para el servicio público. Que la gente se mantenga callada, parece ser el lema andante y flotante. Que en boca cerrada no entran ni votos ni moscas. En tiempos de Romero Robledo, que fue ministro de la Gobernación cuando lo de las elecciones y sus resultados estaban previstos y el ministro del ramo se podía permitir el descaro de proclamar: «Conmigo en Gobernación y la Guardia Civil, no hay elecciones que nos fallen». Y efectivamente no fallaban. Como tampoco fallarán ahora aunque con otros medios, mediante mecanismos más sofisticados y con actuaciones más descaradas. El peligro de este silencio que intenta imponerse es que no se esclarece a quien le debe ser impuesto, si a un militante oficial o a un aficionado político por libre. Porque incluso ante la acumulación de promotores, los responsables serios de los partidos en liza, se vieron en la necesidad de aclarar su personal dedicación y predilección, asegurando que su preferencia no suponía la invalidación del rival, ni siquiera la demostración de influencia superior¿ Sí, pero no. Hay que tener la boca cerrada y defender la práctica del silencio, pero ni callamos, ni esquivamos el compromiso de ayudar a nuestros amigos, compañeros, correligionarios o parejas de hecho. Y se seguirá hablando, hablando, hablando¿ Total, para que el final se nos imponga por ley electoral, el personaje que mejor fama tenga con el presidente. O sea, a callar. Cierro.

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