LITURGIA DOMINICAL
Perdonar y amar
LA EXPERIENCIA de verse profundamente perdonado es fundamental, fundacional: inicio de una vida invitada al seguimiento. Sin esa vivencia de misericordia, Jesús y el Reino del Padre quedan como un algo extraño, añadido en nuestra vida. El cuadro luminoso del perdón y del amor de Dios (de Cristo) queda ensombrecido en el evangelio por la intransigencia de unos fariseos que se creen justos y que se escandalizan de que Cristo perdone a la mujer (como el hermano mayor que se enfada porque el padre ha perdonado al hermano pródigo). Dios perdona siempre. Nosotros, no. Nos sabe mal que los fallos ajenos queden sin castigo. Tenemos gran capacidad de juzgar. Y muy poca de perdonar. Por eso, los cristianos, al reunirnos para celebrar la Eucaristía, comenzamos reconociendo que no somos buenos e implorando el perdón de Dios, confiados en conseguirlo. Porque estamos convencidos de que el Dios de Jesús no es ni el garante de la ley moral ni el guardián del orden civil, por cuyo cumplimiento estricto debe velar al estilo de los jueces o de los policías. El Dios que nos revela Jesús es el Dios del perdón, el Dios del amor, que acepta como un Padre a sus hijos tal y como son. La experiencia del perdón, además de ser una de las experiencias más profundas de la existencia humana, va unida a las experiencias más fundamentales de vivir y convivir, afecta a la dimensión personal y a la social, a la familiar y a la religiosa. Seamos tolerantes: no podemos ir por el mundo con la ley en la mano. No podemos pasearnos con autosuficiencia de leguleyos sabiendo en cualquier caso cuáles son nuestros derechos y los deberes de los demás, exigiendo, condenando a los otros, repartiendo premios y castigos. Porque la ley no puede salvarnos y el legalismo, lejos de fomentar la convivencia, la entorpece. Porque el mismo Dios ha querido ser para los hombres antes gracia que justicia, y nos ha perdonado a todos en Jesucristo. La tolerancia es una virtud humana y cristiana. Pero Jesús fue más lejos Jesús fue tolerante con todos hasta el punto de cargar sobre sus hombros el pecado del mundo y morir perdonando a sus enemigos. Pero tolerancia no es indiferencia: el Evangelio de Jesús es la buena noticia de que Dios perdona a los pecadores. Mas este evangelio del perdón no deja a los pecadores en su pecado. De ser así, ya no sería perdón, sino condena, y lo que hemos llamado tolerancia se convertiría en indiferencia. No, el perdón de Dios es redentor. Porque es una prueba de amor, porque es gracia que nos gana el corazón y nos anima para emprender una nueva vida. El que ha sido perdonado mucho, ama mucho.