Diario de León

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LÁSTIMA que las letras no suenen, lástima, porque te escacharrarías con el son que lleva aparejado una coplilla que sólo la escuché cantada en boca de Jose María Suárez, que de cancionero de excursión, rimas picardeadas o raptos de nuestro folklore se lo tenía todo aprendido y a flor de labio. De Suárez aprendí aquella cancioneta de «el gallo de san Isidro es un vivales, que monta a las gallinas por cuatro reales, jolín» y sigue la canción relatando la peripecia del pollastre engallado en el corral montando a la gallinona, «le echa la galladura... y se sascude , jolín». Pero ninguna copla como aquella que se cifraba con algún rastro cheli y fané: «Quisiera veeerte muntaaar... en becicleeeeta... porque me han diiicho que amoontas... devinameeeente»... Ese amontar y ese devinamente parecen sacados de algún díalogo comediante de Muñoz Seca (aquel que hizo decir a uno de sus personajes «¿Occiopucio montao?... ¡creminalidá nativa!»), lengua castellana que por economía y enriquecimiento vaguea en la boca rodada del pueblo para que salgan de estos partos creaturas devinamente adornadas... o escacharrantes. Viene todo esto a que ayer se estrenó en el Emperador (ahí lo tienes, bailaló) una película corta que nace de la afición, la voluntad y el tributo al recuerdo, pues quien la dirige (Epi Rodríguez) no es cineasta de oficio, los actores no lo son de beneficio y el asunto es un paisaje colectivo que ya ronca en la historia dormida de anteayer, las becicletas de la benemérita, el pánico a toparse con los guardias y el reglamentarismo cerril de unas parejas que se constituían en autoridad, siendo únicamente agentes de ella. No pude asistir al estreno, pero tendré ocasión próxima de visionarla con Epi y conjugar con gozo este producto que ya me llama a curiosidad por el hecho de que no sean profesionales los que la han facturado, o sea, manufacturado. El hombre feliz no tenía camisa, dice un dicho. Parafraseando esto y hablando de Crémer, extendí el concepto: el hombre feliz no tiene coche . Pero sí ha de tener bicicleta (y no sólo para el verano, según Fernán Gómez, pues en Holanda es invierno diez meses y no se apea de dar pedales ni la mismísima reinona córpore insepulto). Un ejemplo: con una bicicleta y una armónica puedes hacer tuyo cualquier paisaje... y la Sinfónica de Boston eres tú.

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