CRÉMER CONTRA CRÉMER
Museos y elecciones
ME DOY perfecta cuenta de que me dispongo a perpretar un crimen de lesa actualidad; Me dispongo a escribir sobre Museos cuando todavía tengo sobre mí el zumbido del gran rumor de las elecciones, con sus capítulos de propósitos de enmienda y con su dispositivo de alertamiento de las masas. Y es que así como León, que es la ciudad en la que dispongo mis avíos de escribidor, cuenta con cerca de seis centros de cultura, capaces de contener varias exposiciones dignas de mención y atención, no menos apremiante es la llamada de las urnas, de las cuales parece ser que se espera que brote la felicidad universal o poco menos. Como de las elecciones y de sus contratiempos y coberturas ya existen en la ciudad y en la provincia centenares de cuidadosos profesionales de la información, forzosamente hemos de circunscribir nuestra atención hacia los museos, las salas de arte, las fundaciones y montaje análogos. No porque, convencidos de su excelsitud, vayamos a esperar que la dirección de los ciudadanos se enderezará hacia esos centros, (que no se hará) sino porque al fin y al cabo si la ciudad se caracteriza por algo verdaderamente digno de ser anotado en el Libro Rojo de la Autonomía, es por su tendencia hacia la creación de centros museísticos o de pronunciamiento cultural. Y si de algo se carece en León, concretamente, por no ir más lejos, es por la indiferencia general, por el desvío con que se siguen esos fenómenos culturales. Entre nosotros, y como por arte taumatúrgico nacen los museos y la salas de exposición e incluso las bibliotecas con tal vigor que cabe pensar por ello que los leoneses están ansiosos de disfrutar de sus beneficiarios. Y no es exactamente lo que ocurre, sino más bien lo contrario. En León se abren centros para los más distintos menesteres, todos ellos dotados de la intención más gloriosa. Pues como si la invención fuera pecaminosa o mediante su disfrute peligrara la salud de los ciudadanos, las bibliotecas aparecen vacías o sin calor de hogar, los centros museísticos, se erigen, dotados de todas, las características que suelen adornar esta clase de centros, pero una vez cubierto el plazo de la inauguración, con asistencia de las pertinentes autoridades, ya nadie se acuerda de su presencia en el mapa cultural de la ciudad. Concretamente, después de años y años esperando la puesta en funciones de la biblioteca que acogía la obra del pintor palentino Díaz Caneja, una vez que se procedió a la reconstrucción del palacete en cuya obra la Diputación se gastó un montón de denarios y cubierto el capítulo de su inauguración, el Centro quedó solo, vacío y doliente. Y así sucede con bibliotecas de barrio. Que se cerraron por no servir a un vecindario nada lector y descuidado. Los museos, como las bibliotecas, exigen cuidados especiales después de nacidos y bautizados para que no se queden en el olvido. O clausurarlos en vista de que los ciudadanos, incluyendo los inmigrantes, pasan del libro, de cuadros, de conferenciantes y de músicas de órgano.