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SABINA y Serrat, el genial desecho clínico que será dúo este año por los caminos de España, estuvieron dando cara a chismes, puyas y fotos con localidad de barrera en la corrida del año que hizo resucitar la Monumental barcelonesa donde José Tomás reaparecía para facturar pases de vértigo y raspadura más tieso él que un don Tancredo... y Cayetano, a la par, dando réplica justa y afeitando las orejas de sus dos morlacos. Tarde envidiable para disfrutar entre aquel abarrote de tendidos. Bullían las gradas pindias y palcos balconeros con rumores en el paseíllo o con oleajes de clamor en la faena, hervían los olés y disfrutó la peña retabilizándose los mil euros que pagó más de uno por pillar boleto en la reventa. Los toros en Cataluña se prohibieron y no fue tanto por piedad animal, como por posturita de modelnez y por extirpar la raíz española que el nacionalista firulí y los yaumas obtusos suponen que va engarzada en lidias o corridas a las que odian porque les dicen «fiesta nacional» (entre naciones anda el celo y el reojo rabiado). Reabrir el coso barcelonés ha restituído un patrimonio robado a un latir popular que nos enroca entre siglos de fiesta real y ampliamente celebrada. Me delato porque me gustan tanto los toros como a las vacas, aunque hay días que celebro también la delicadeza portuguesa de no apiolar a la bestia o encararla corpo gentile como hacen los bestias de los forçados. Entiendo también a quien, guiado por una sincera piedad con el mundo animal, se posiciona enfrente y me acusa de abencerraje por mantenerme en mi afición defendiendo este patrimonio cultural, aunque en sus pancartas subrayen la demagogia con eso de «la tortura no es cultura». Sus posturas tienen alguna razón respetable, pero en su peña voceante no diría igual de todos. Hay mucho moderno de moda con cuerno, hay nacionalistas con rabo, hay ecologismo religiosista y dogmático, hay aportunista al salto, hay antiloquesea... Ya, pero nadie les ha visto montando esos mismos títeres ante granjas donde se secuestra al ganado en vida perra y se le ceba con embudo y mataderos donde se apiola a calambrazos y degollamiento sin que al menos el cachetero o matarife les silbe un posadoble o una canción de Mecano, ¡cachis!... Y eso debe ser porque allí no hay cámaras ni teles.