Diario de León

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DOS ABNEGADOS defensores de la vida animal me pusieron anteayer a escurrir por una epístola que en la radio remití a un efesio desgañitado ante la Monumental barcelonesa, porque resulta que hay efesios y jenízaros que estampan en carteles o en spray de paredón su grito de «¡muerte a los toreros!» en esas posas antitaurinas ya habituales con mayor o menor bulto a la entrada de los toros. Me escurrieron, pero con una cordialidad nada usual y con una razonabilidad de lo propio que no excluye la razón ajena. Y razones hay y expongo para llamar imbécil a quien por no matar al toro quiere matar al torero... y razones para defender la tauromaquia, no ya tanto por lo que tiene de lidia artística, sino por todo lo que apareja detrás, paisajes de dehesas que son reserva natural, campos, gentes, historia y un patrimonio que sólo existe en esta península, vélo ahí de Bilbao a Algeciras, de Tarragona a Pontevedera. Salvo para cretinos radicales e ignorantes, no meto puya a la creciente y respetable peña de razonado argumento y empeño que considera espectáculo bochornoso, salvaje o censurable la lidia, la fiesta. Hay otros festejos taurinos que avalan su repugnancia ante lo que es violencia gratuita convertida en espectáculo (ahí andan encierros brutos, injurias de fuego, espantes con atadura, charlotadas o toros alanceados cuyos testículos se petan después en la vara del jinete triunfador para morderlos en jolgorio final y francachela). Uno se inclina por la lidia portuguesa (¿cojones?, los del del forçado). Allí no se aplica la última suerte y vuelve el toro a su corral. Alegaron mis recplicantes: la tortura no es cultura. Dudo que la lidia tenga como objeto torturar, pero es innegable la cultura patrimonial que esconde, el inmenso espacio natural que exige la cría de esta raza brava y tantas gentes de jornal u oficio que viven de ello. Sin el toro, todo esto sería nada, dehesa muerta, roturación agrarista y personal reconvertido a la industria naval que navega en paros y subsidios... En fin, les dije a mis amigos que si ese toro no estuviera destinado a la lidia o a morir, nunca habría nacido. Para un defensor de la vida, como creo que lo es esta gente, no sé qué es peor, si vivir como un dios hasta la muerte cierta o no existir jamás para no tener que morir con un pasodoble por requiem.

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