CRÉMER CONTRA CRÉMER
No hay mal que cien años dure
TENÍA QUE LLEGAR el momento feliz de la concordia, del entendimiento y del perdón de los pecados. Ni hay mal que cien años dure, ni la política, por mucho especular y gritar y romper cráneos contra el muro de las lamentaciones, se va a corregir. Moriremos, cuando nos corresponda, con las botas puestas y con la Patria -¡Oh, la patria!- tendida al sol, oferente como una diosa pagana, invitándonos al amor entre los hombres, incluso entre los de mala voluntad. Soplan vientos áridos que delatan que esto que nos acontece y nos tiene en vilo, va a cambiar, puede cambiar, debe cambiar o perecemos todos en la demanda. Los candidatos van encontrando el encaje deseado, haciendo partícipes de tanta ventura a los valores medios o medios valores, para los cuales siempre habrá un roto o un descosido. Lo de derechas se acomodan en jurisdicciones más bien modestas y los capitanes y mariscalas de campo -que también las hay- propician el espacio en el cual han de colocar sus cuerpos gloriosos para satisfacer las necesidades del pueblo. Desde los grandes y sonoros altavoces aptos para el estímulo de los partidos los líderes, o sea, los monarcas insustituibles e indiscutibles, emiten sus mensajes, siempre amañados por la buena educación que «habemos recibido», en los cuales se le permite al pueblo proponer sus interrogantes más soliviantadotas, como por ejemplo, obligar al soberano a que demuestre que conoce el precio de la barra de pan y el canon que hay que pagar para tener derecho a un cafelito mañanero¿ Una vez resueltos estos problemas, y después de que el gran brujo de la economía, sacándose cifras de la chistera descubra la soberbia situación a la que hemos llegado por nuestros merecimientos, nos comprometemos a cesar en nuestras trifulcas de mozas de arrabal para aceptar el montaje del puzzle que nos está siendo ofrecido ya para el día 27 de Mayo o para cuando mande el capitán. Y comenzaremos a estar todo lo felices que nos hemos merecido: los unos a ocupar estrados y a disfrutar de rentas cuantiosas, y otros a conformarse con el escaño humilde pero no menos satisfactorio por el poder que supone su dominio y por los emolumentos que segrega. Los unos a ocupar el puesto que han conquistado en León, en Valladolid, en Madrid¿ Y los que quedamos, si Dios no lo remedia, ¡para la Cultural! Y aquí lo de nuestro padre Don Miguel, el de La Mancha: No por eso recelo/ de no alcanzar/ desde la tierra al cielo.