Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Las víctimas de la guerra política

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VICTORIANO CRÉMER
León

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Todas las guerras, incluso las tenidas por religiosas, producen víctimas. Pensar que se pueden movilizar hombres dotados de armamento verbal y explosivo sin que se produzcan víctimas parece una utopía. Y los tiempos no están para utopías. En Madrid, que es el centro neurálgico de todas las batallas, el que se presentara, o le presentaran para alcalde de la Villa, frente al impávido Gallardón, se sintió obligado a dimitir como posible candidato en futuros encuentros, convencido al parecer de que el pueblo soberano no estaba por la labor desencajarle en el esquema matritese. Y convencido de ello, aunque adelantando que dimita voluntariamente, pese a «lo que se ha hablado (mal por supuesto) de él y de sus competencias, acudió presto al centro de operaciones para depositar sus armas y sus poderes. Dimitió el candidato, señor Sebastián, y dejó claro lo que los unos, los otros y los de más allá, debieran hacer así que son desdeñados en las urnas. El ejemplo del candidato a todo en la Capital de España dejó escrito o dictado un código de conducta, que ¡ay! Nadie sigue, convencidos los más y los peores de que sus méritos eran superiores a cualquiera de los presentados por candidatos dimisionarios y por ello dimitir era un gesto de soberbia. Y aquí no dimite ni el portero. Y todo sigue igual. ¿Cuántos personajes o personajillos apartados del mundanal ruido de la política en esta última prueba municipal y regional, han tenido el gesto humilde pero elegante de acercarse al Comité de selección para decir: «Nos hemos equivocado. La ciudad o la autonomía no merecían nuestra intromisión». Nadie se acerca al centro de operaciones para declarar: Otros habrá que bueno lo harán. Yo no soy digno. Aquí el que menos se considera bueno y perfecto hasta para dirigir los destinos del Vaticano, cuando más un Concejo de treinta y dos vecinos en estado intelectual descuidado. En la Ciudad en la que usted y yo vivimos y coleamos, han sido barridos por el tifón electoral cientos, miles de señores que han dado muestras de debilidad profesional y que mejor que para dirigir la concejalía de Obras, estarían cultivando la berza ribereña. ¡Pues no! Esos mismos u otros que tal bailan, terminando el ejercicio y comenzado el siguiente, corrieron a alistarse de nuevo «para que el jefe guste mandar», porque de lo que se trata y lo que se agradece es la obediencia debida, la fidelidad contra viento y marea. ¡Aquí no dimite nadie! Y el que comete la osadía de hacerlo será ordenado a hacer el menester de limpieza de pasillos. Incluso muy pocos tienen en cuenta de que la política, en resumidas cuentas, como decía David Herbert, no es sino «el cuidado casero de la nación». Lo que hace pensar que tampoco es tan difícil.

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