CRÉMER CONTRA CRÉMER
La muerte anunciada de Andrés Viloria
PORQUE tenía 89 años y parecía que no existiera desde hacía tiempo, mucho tiempo, sobre todo ese tiempo que habitualmente los seres humanos usamos para alcanzar una meta. El poeta leonés Andrés Vitoria también se empeñaba en descubrir mundos. Mundos de color y de imaginación, mundos nuevos o recién salidos de sus sueños. Porque Andrés Vitoria soñando de continuo. Incluso cuando recorría rutas tangibles, táctiles, con nombre y circunstancia. Porque Andrés Vitoria, era un poderoso poeta (de la secreta, le explicaba yo con un cierto acento de altísima estimación), y un implacable pintor de sueños, que son los que verdaderamente perduran antes del lienzo, en el lienzo y después del lienzo. Andrés Vitoria dibujaba los versos y convertía en explosión de color sus visionamientos estrictos, resueltos, no de acuerdo con las fórmulas tradicionales de moda o de compromiso, sino, tal como relataba en sus diálogos consigo mismo, conseguía. Andrés Vitoria no era un poeta-pintor de pueblo, del Bierzo, que es más bien tierra de promisiones, sino más bien era un promotor de fórmulas de expresión, que algunos daban en calificar de abstracciones, cuando el texto estaba siempre claro y al alcance de la conciencia estética de todo aficionado a la poesía de corazón. Hubo un tiempo, que era el tiempo de Andrés Vitoria, en el cuál parecía como si el poeta se hubiera arrancado de las raíces y se comprometiera a proponer una nueva manera de mirar la pintura y de traducir los versos. Su pintura respondía a las implicaciones espirituales de aquel alma sensible y frágil. Y no cabía la pregunta de los inasequibles: «¿Y, esto, qué es? ¿Qué quiere usted decir?» Andrés Vitoria no quería decir sino aquello en lo que pensaba, lo que sentía, lo que le dolía o lo que le elevaba a las nubes. No estaba en las nubes sino en una tierra para seres humanos. Porque Andrés Vitoria era por excelencia un ser humano de una sola pieza, de un único sentimiento, de un verso arrancado del depósito lírico de los dioses. Andaba por el mundo como un ángel de la guarda silencioso, humilde y rico en bienes espirituales. Su voz se confundía con el rumor del mundo floral, con las hojas de oro de los árboles y el cantar del ruiseñor. Era un hombre de Dios, se decía, y a su paso, nosotros, los amigos, nos sentíamos profanos, heréticos, porque no alcanzábamos las líneas programáticas de sus pinturas ni el aliento angélico de sus versos. Ha muerto, en sus tierras bercianas, tan amadas, tan cantadas, tan defendidas por él. Y la noticia se ha extendido por todo el reino, por todos los ámbitos culturales, por todas las conciencias. Hizo el bien hasta agotarse y se estableció definitivamente en las antologías de León y de la España que acertó a conocerle como uno de los hombres buenos, verdaderamente ilustres. Andrés tenía 89 años, que es ya la edad que rubrica una vida plena. ¡Me duele tu ausencia, Andrés Vitoria, pintor, poeta, amigo del alma, amigo! 1397124194