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DECÍAMOS anteayer que nos escandaliza el ver esas populosas mezquitas donde a la mujer la tienen en un aparte o detrás, rigurosamente separada de los hombres, orden del Altísimo. Hay más dioses que Alá ordenando exactamente lo mismo, separación de sexos en los ritos religiosos y otros corrales de la sociedad. A la fe terca y a la norma rigurosa del islámico lo llamamos fanatismo, ¡qué romos de mollera y anacrónicos son estos moros!, decimos y ensayamos sonrisa o carcajada. Pues hacíamos aquí lo mismo hace diez siglos y menos. Al igual que en la mezquita, en las iglesias de los cristianos mozárabes las mujeres iban detrás, salvadas de de las miradas, veladas por celosía y retiradas a su papel. En Escalada, Villa Habibi o Peñalba lo tenían así dispuesto. Durante no poco tiempo lo mozárabe dominó e inspiró al resto de la iglesia cazurra y no hubo parroquia o ermita en la que no se plantaran separados hombres y mujeres. Aquellos cristianos habían convivido con la moraima doscientos años y se habían impregnado, embebido o enamorado de gustos, actitudes o, especialmente, de su moralidad extrema. De hecho, el mozárabe era un fundamentalista de la fe cristiana y, por competir con el Islam, estaba entrenado en combates y rigores. Por eso fueron de los primeros en atreverse a repoblar este León que durante cien años permaneció abandonado de gentes y yermos sus campos, arrasados pueblos y cultivos por las razias anuales y almanzoras que llegaban hasta el pie de estas montañas, frontera de la cristiandad replegada en las Asturias. Huyeron los propios de aquí y ni osaron volver. Desaparecidos aquellos leoneses, voló el último vestigio de la poca sangre astur que quedara (y quien diga tenerla en sus venas, o es tontín del rh o lee la historia, si es que lee, como si fuera un cómic). León se inventaría de nuevo con otras gentes, mucho barullo, cada cual de su padre o de su fuga, gentes de hecho y de desecho. Total, que ya no descendemos de lo astur, sino de toledanos, cordobeses, gallegos, asturianos, navarros, francos, lombardos, vascones, hispanogodos, suevos, extremeños, algún portugués y los cien mil hijos de la emigración y de la sopa boba que trajo por aquí a media Europa peregrinante. Así que ese leonesismo que predica que aquí existe una raza tiene dos opciones, o el oculista o el psiquiatra.