Dividir el mundo como estrategia
POCO o nada podemos presumir quienes vaticinamos, hace ya mucho tiempo, un desencuentro total entre el PSOE y el PP hasta el final de la legislatura. Casi todo el mundo pensaba lo mismo, y la realidad demuestra que no se han equivocado. La única cuestión pendiente es saber cómo presenta cada partido su versión resultante de modo que le depare el mayor beneficio y perjudique lo más posible al adversario. Y en ello estamos. Retorciendo y afilando los argumentos tanto como sea posible. Lo más preocupante son los argumentos esgrimidos acerca del terrorismo. No incluyen siquiera lo obvio de que el enemigo común es ETA. El terrorismo vasco se ha convertido en el punto de referencia esencial de la confrontación, pero sin que su condena parezca una coincidencia obligada. El PP pide las actas de los encuentros con ETA, y el PSOE responde con la relación de etarras detenidos y la eficacia policial. Ni siquiera ha aflorado una suerte de aproximación con el recuerdo del secuestro, chantaje y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Como si los muertos tampoco fuesen compartibles y asumibles como parte del dolor de todos. Impera la división y, a decir verdad, ya nadie la combate. Cada uno parece a gusto atrincherado en su bando, a la espera del veredicto electoral. Sin embargo, hay cosas que deberían ser dichas con claridad. Gobierne quien gobierne, el enemigo es ETA. Hay una perversión semántica (y no sólo semántica) en que los dos principales partidos ahonden la división a la espera del rendimiento en votos. Tristes cosechas las que se nutren de granos tan contaminados de intereses partidistas. «Divide y vencerás», reza el viejo adagio. Pero, ¿quién divide? Cualquiera diría que es ETA, cuya sola existencia se basta para exacerbar unos bandos que, paradójicamente, tienen la obligación inexcusable de combatirla. Se podrían enumerar errores del PP y del PSOE. Ambos partidos los han cometido. Pero cuesta creer que, por muy larga que sea la lista, se haya llegado a estas alturas con posiciones tan estratégica y ficticiamente irreconciliables. Tal vez ni ETA lo entiende.