Diario de León

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PROBLEMÓN en mesa poblada: ¿cómo nos sentamos?... Lo político es que se vayan intercalando los presentes, uno, una, aquel, aquella... pero lo socorrido es que acaben los tíos agrupados abrevándose mutuamente y las tías en su comandita dicharachera. Por contra, o hay nivel o la conversación fracasa. Para compensar esta costumbre, hay mesas de nivel social o cultural sujetas a un estricto protocolo que garantiza de esta forma que a toda mujer le toque al lado el marido de otra y, lo que tiene su peligro, a todo hombre le brinden a su costado mujer ajena con el roce a una cuarta; o con el tostón, la pijada o el silencio, pues aquí manda la suerte; la mala, casi siempre. En las comidas o convites informales, en las de familia o contubernio, cenorrios de empresa, cuchipandas de peña o juntamientos de patrón, rige en España la norma secreta del agrupamiento por sexos porque gustos, miedos o intereses se trillan mejor con los del mismo género. Las mujeres, con las mujeres hablando del vivir y del traperío; y los hombres cebando coches o futbolerías. Ochocientos millones de musulmanes lo tienen por mandato divino; mil millones de chinos, por ley de tradición; los indios yanomami, por cojones; y así hasta redondear el vicio de este planeta humano. En la India podrá gobernar una mujer, pero en la calle va la esposa arreada delante del marido-dueño y en casa no es persona, sino esterilla. Medio mundo tiene a la mujer aparte, en otro sitio, detrás... o enterrada. Sus culturas suelen ser refractarias a la penetración de otros valores. En esos poblamientos se tardará algún siglo en igualarse los papeles (en los nuestros también, pero lo disimulamos mejor metiendo en el discurso un «todos y todas»). Antes, en iglesias de pueblo y como herencia mora de la mozarabía amezquitada, estaba claro que las paisanas iban en los bancos de la derecha y los paisanos al otro lado por evitarse la proximidad del fuego y la yesca o el reojo pecador entre letanías aburridas; o delante y detrás, el beaterio al frente, los de la boina al fondo... y en el coro o bajo él, los mozos con su zumba y su picardeo (las mozas, lejos, o el contubernio obligaba al cura a dejar el altar, arremangarse y llegarse hasta allí para distribuir dos o tres guantazos, como lo vi una vez en Valverde en un párroco trabucaire de mucho temor).

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