Diario de León

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AL PUEBLO se regresa de vacaciones por razones varias: cuesta nada gorronear la casa materna, se come de verso con nata, la guardería abuelona es gratis y se puede mostrar u ostentar lo que uno medró largándose de allí para afrentar o meter envidieja de los que se quedaron y que ahora le ven carrozado, con esa moda de pantalón corto como si fuera a pescar berberechos, con gafas de sol que parecen un cinemascope de oreja a oreja y paseando el aburrimiento por el frontón, por el bar o dando consejos a cualquier operario municipal que ande en zanjas y acometidas. Se vuelve también por ramalazo de corazoncito, morriñas envueltas en celofán. Idealizamos cuando estamos fuera la cuna, la vieja guarida, el olor agrio de la leche materna que se cortó, pero se nos pasan los fervorines así que nos zambullimos en el mondongo familiar para que bullan ya a los cuatro días las ganas de largarnos sin especial duelo. Otros se traen también algunos días a los amigos, colegas de algo o algún jefe, pues hay merendolas rituales, cuchipandas que establecen precedente y francachelas de bodega que acaban como acaban. Casi todos, en fin, vuelven. Una tierra madrastrona que expulsa tanto como ésta es lo que tiene, el flujo y el reflujo. La emigración histórica no parece tanto cuando llega el golondrineo del verano y regresa al pueblo la algarabía de guajes, la verbena de las vírgenes de agosto y alguna semanilla cultural con un recital de flauta travesera que les manda y paga la Diputación. Lo cultural también adorna el aburrimiento estival del pueblín o del pueblón. Villafranca del Bierzo tuvo su estivalia distinguida y hasta aristocrática y, más que nadie, Astorga, que fue durante décadas una dársena para calafatear poetas y atorrar el casino con recitales, sobre todo cuando vivía Leopoldo Panero y arrastraba cortejos de dámasos y rosales. Había también concursos literarios y flores naturales. Un certamen de rimas (ayudado de un cocido maragato) fue lo que mató a Panero, pues entre el tocinamen de agosto y la discutida defensa que hizo el astorgano de un poeta desconcocido, Gamoneda, llegó a casa tan exaltado de ánimo y tan colvulso de tripas, que cayendo la tarde, declinó el gran vate el pabellón y la astorganía.

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