CRÉMER CONTRA CRÉMER
Jerónimo Ramos
DE VERDAD, DE verdad que lo siento. Despedir a un amigo, a un compañero, es siempre obligación a la que vemos a la fuerza. Si no fuera porque el amigo ha tomado la heroica decisión de dejarme morir, nunca nos hubiéramos acercado a lamentar profundamente tal o cual ocurrencia o circunstancia. Los amigos, dígase lo que se quiera, no son para las ocasiones, sino para mantenerlos en la propia biografía. Ser amigo de un desaparecido no es mucho, pero ayuda. Es lo que me está sucediendo a mí con Jerónimo Ramos, un leonés de los nacidos en el barrio de la Nobleza, Santa Marina para los turistas, y que decidió dejar este mundo, que quizá no era el suyo, en Vegacervera, tierra brava. Y todo lo hizo silenciosamente, ejemplarizando esa aventura tan desconcertante que es la muerte. Resultó al cabo de mi repaso biográfico unos de los seres más dignos de ejemplo: fue un hombre del trabajo que se hace cerca de los demás hombres, ofreciendo siempre su estilo peculiar de personaje que no necesita sobresalir para que se note su asistencia, su trabajo. Procedente del mundo del trato inmobiliario y del contacto con rivales de buena ley, alcanzó el puesto, carga o menester de director Comercial de este periódico, en cuyo mayor relieve entregó sus días y sus noches. Una característica inolvidable para mí, precisamente por ser el más díscolo de sus amigos, era el de su paciencia, su transigencia, su facilidad para la disculpa cuando se encontraba en situaciones contradictorias. Poseía un arma infalibles: su sonrisa y un silencio cómplice que rendía al adversario. Cuando el periódico, al cual pertenecía en cuerpo y alma, se entregó en la tarea cultural de promover un certamen de pintura para atender exigencias de índole superior, a la sombra de El Corte Inglés y del Ayuntamiento de San Andrés, apareció como rector de la nave Jerónimo Ramos, con su sonrisa brillándole y su silencio amparador acompañándole. Asistía, como era preceptivo, a las tareas del jurado, y cuando este se entregaba a alguna disputa de arte o de influencias, Jerónimo contemplaba la panorámica humana en disputa, recogía sus planificaciones, que habían servido para llevar a cabo la aventura cultural propuesta y abandonaba el local con una sonrisa en la que parecía como si pretendiera envolver a todos cuantos tomábamos parte en el evento. Una mañana, ya con el verano dispuesto a dejarse dominar, apareció la noticia, como una enorme esquela en las páginas del periódico y nos sentimos un poco despojados de un hombre aleccionante, de un amigo cabal y de un personaje digno de ser incorporado a la historia de los leoneses con tradición y sentimientos. Y no ha dolido mucho, quizá, quién sabe, porque no estamos preparados, nunca lo estamos para la muerte de un amigo, de un compañero, de un pedazo de la tierra en la que nos sentimos vivos. ¡Lo siento Jerónimo Ramos, lamentaremos tu ausencia!