Diario de León

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CUENTAN que allá por el siglo diez existió un curioso anacoreta que predicaba cosas apocalípticas aupado en un piedrángano enorme que interrumpía el curso del río Torío no muy lejos de esta ciudad. Habla de él Sánchez Albornoz y no precisa más del personaje ni del sitio, salvo que se encaramaba a su púlpito natural totalmente desnudo, in púribus , con el ramonín y las pellejas al aire. Me place recordar de cuando en vez su enigmática peripecia y echarle conjeturas al personaje. Tengo para mí que su sitio pudo ser Villamoros de las Regueras, pues en lo alto, donde el talud del monte dibuja cárcavas, existe una cueva llamada del Moro que pudo ser el oratorio rupestre de un ermitaño, esto es, nuestro hombre; y abajo, junto al río, estaría su piedrón-cátedra donde rezaba, profetizaba, arengaba, meditaba o se miraba los gitanales , que para eso los llevaba coram pópuli . Sostengo también que debió tratarse de algún viejo monje mozárabe o sacristanón rebotado de sus granjas conventuales (Villa Habibi y Villa Zulema estaban al lado; de ahí el llamar «del moro» a su cueva), un tipo de novela al que habrá de suponerse enjuto de hebras, fosco de gesto y con ojos de iluminado. Y en porreta nudista, como un sansebastián sin lienzo de entrepierna o una gogó ibicenca. Suponer los finales de este visionario es también filón literario. Ando en dudas. Tengo cuatro hipótesis: en una de las habituales burlas de la rapacería, le desequilibra el cantazo de un guaje y se esnuca o se ahoga; un párroco de por allí, celoso del favor popular que tiene el ermitaño y ayudado por otros, llena una noche su cueva de fejes de paja y zarzas que incendia y le achicharra; por neutralizarle la boca y los insultos al clero panzalari (y por saber escribir versos) el abad le propone un empleo de bibliotecario, abandona el oficio de anacoreta y se hace canónigo de San Isidoro... Así, lo que fue su verso y discurso, pobreza absoluta, se hizo soluta, cosa resuelta. Olvidó que todos huyen de la pobreza y sólo algunos la buscan, pero son tenidos por transtornados, místicos de delirio o bohemios irresponsables. Y que el hombre feliz no tenía camisa; el descamisado, sí. O que la risa del pobre el rico la desea, aunque sostiene que «sólo hay dos clases de gente: los que quieren dinero y los que no saben lo que quieren». Pero si te hacen bibliotecario...

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