Diario de León

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SON diez mil... por ahora. Rusos, jóvenes y adolescentes, y rusas, jóvenas ellas también. Son como las nuevas juventudes políticas de ese socialismo tan raro que ahora hilvanan en Rusia trenzándolo con un capitalismo recién estrenado, el más ansioso y voraz, el de ostentosos ricos que van del cohecho a la mafia y del putón de lujo al plutonio. Putin lo tiene claro: hay que frenar el contagio de «revoluciones naranja» de la vecina convulsión ucraniana. Hay que defender la personalidad rusa, la vieja hegemonía. Y ha creado este movimiento que podríamos llamar con coña o sin ella los «hijos de Putin». A estas Nuevas Juventudes les montan actividad formativa, estructuras de representación, concilios nacionales y campamentos... les llevan de excursión, clásico premio de las madres ursulinas a quienes aprendían de carretilla el catecismo. Son los viejos campamentos al aire libre y, aunque se componen de tíos y tías en explosión jubilar, no asoman muchas igualdades o mezcolanzas, separándose el mocerío en las prácticas campamentales y juntándose sólo en las teóricas, esto es, en las duchas doctrinales y en los himnos. Esas juventudes políticas tienen un nombre ruso que viene a significar algo así como nosotros o los nuestros , nada novedoso en mentalidades de trinchera. La vida campamental tampoco tiene nada de novedoso; lo consabido. Han modernizado contenidos, incluso las chavalas tienen sesiones de aerobic mientras suenan de fondo ritmos de chundarata con mucha marcha y consigna (y para elllos, ejercicios militares con fusil y artes marciales) y pingpong, natación, marchas, veladas, rancho cutre, lecturas, prensa propia y todas las cosas características de los campamentos. Y hay banderas, muchas, pues es la patria lo que se tumba sobre aquella hierba y bajo las lonas, aunque la lona ya no mola y se llevan esas tiendas canijas, las que salen de su bolsa con convulsiones epilépticas y se montan en un pispás. En las viejas tiendas olía a camarada, pero en estas quedan secuestrados los pedos y el efecto es narcótico. Y narcóticos son esos campamentos militarizados que tanto evocan a los que montaba aquí la Oje con mentalidad de flecha pelaya y que la malicia popular bautizó como «lugar donde unos niños se visten de gilipollas y unos cuantos gilipollas se visten de niños» (con perdón).

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