Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

Entre el miedo y la esperanza

Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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S E DICE QUE «el miedo guarda la viña». También se dice que «más vale pájaro en mano que ciento volando»; pero el pájaro en la mano es sólo un prisionero, una víctima. La verdad es que vale más un pájaro volando que mil en la mano. Igualmente el refrán de la viña; ésta, más que para vigilar, es para cultivar y para cosechar uvas. Todos estos refranes, y muchos más, han nacido de la inseguridad y sólo sirven para disimular el miedo y la incertidumbre. Por eso no valen mucho para la vida cristiana, que es libertad y riesgo. Vigilar significa, ante todo, no distraerse, no amodorrarse, no «instalarse» satisfechos con lo ya conseguido. En medio de una sociedad que parece muy contenta con los valores que tiene, el cristiano es invitado a vivir en esperanza vigilante y activa. Vigilar -tener las lámparas encendidas para el encuentro con el Señor, que puede suceder en cualquier momento- significa tener la mirada puesta en los «bienes de arriba», de los que se nos hablaba el domingo pasado; no dejarse encandilar por los atractivos de este mundo, que es camino y no meta; tener conciencia de que nuestro paso por esta tierra, aunque sea serio y nos comprometa al trabajo, no es lo definitivo en nuestra vida. Vigilar es vivir despiertos, en tensión. No con angustia, pero sí con seriedad, dando importancia a lo que la tiene. Como el estudiante que desde el comienzo del curso piensa en los exámenes finales. Como el labrador que siembra y está ya esperando recoger una buena cosecha. Como el deportista que, desde el primer esfuerzo, sueña con llegar primero a la meta o, al menos, no fuera de control. Todo lo dicho no supone que tengamos que desentendernos de las cosas de aquí abajo. Hemos de ser protagonistas no sólo de la espera del Reino, sino ya, desde ahora, de su construcción y de su extensión. Dios nos ha dado unas capacidades que debemos administrar y que hemos de hacer fructificar. Una de las imágenes de la Iglesia que ahora más repetimos -sobre todo en los cantos- es la del Pueblo peregrino. Ser así no supone despreocuparnos de las cosas de este mundo: debemos ser protagonistas, no sólo de la «espera» del Reino, sino de su construcción, ya ahora. Dios nos ha dado unos «talentos» que debemos «administrar» y hacer rendir convenientemente. Precisamente porque miramos sabiamente hacia el final, luchamos y trabajamos ya ahora contra el mal, sin resignarnos a la inactividad, sin adormecernos en la pereza, sin hundirnos en la desesperanza. La Eucaristía es, para los cristianos, alimento para el camino: «viático». Que nos da la fuerza para seguir adelante y para trabajar por el Reino. Cuando la celebramos -y la Misa del Domingo es buena ocasión para recordarlo- lanzamos con frecuencia nuestra mirada hacia el futuro: «Mientras esperamos la gloriosa venida...» La Eucaristía nos ayuda a tener bien firmes los pies en el suelo, con un compromiso y una misión en este mundo; pero también a tener la mirada puesta en la meta final.

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