Cerrar

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Al fin cayó Papús, sin decir ni chus ni mus

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

Creado:

Actualizado:

SE LE CONOCÍA en todas las Comisarías de España y de Portugal por el apodo de «El Solitario». Y robaba solo, sin compincharías, sin confidentes, sin planificaciones para la comisión de sus trapacerías, crímenes y desaguisados. Pero se llamaba en realidad, según el texto del Registro Civil, Jaime Giménez Arce; vivía apartado en el pueblecito pegando a Madrid de Las Rozas. Y robaba o mataba, según le fuera donde le soplara el aire. Parecía que se habían acabado los bandidos que iban por el monte y por las zonas urbanas solos, como «El Pernales» por ejemplo, pero aún quedaban tipos como este de Las Rozas. Vivía de lo que conseguía sacarle a los Bancos, unas veces por las buenas y otras por las peores y cuando se le resistía algún guardián de la ley, el Jaime sacaba una de sus armas y lo mataba. Así se había cargado a más de un policía, a tal o cual empleado de centro bancario, motivo de sus preferencias y a todo aquel que se le pusiera delante. Disponía para abrirse camino de un verdadero arsenal de armas cortas, largas y de media pensión. En la Península Ibérica le iba bien. En esta tierra bendita se había casado con una desconocida y contaba con una compañera sentimental en Brasil, a la que solía enviar parte de sus botines, esperando dar el último golpe para desaparecer del mapa hispano-americano. Los vecinos de Las Rozas, le esquivaban porque decían que se trataba de un personaje esquivo que no se relacionaba con nadie y menos con la policía y para componer su figura y su biografía las vecinas más cotillas decían que era tonto y loco, aunque no faltaba quienes aseguraban que no cabía pensar en esquizofrenia ni en musarañismo, cuando se había empeñado en vivir sin trabajar, por la fuerza de las armas como algunos políticos árabes, judíos y afganos. Y cometió un error, como sucede siempre con esta especie de trajinantes, que cuando se disponen a dar el golpe supremo, meten la pata. Y eso fue lo que le sucedió cuando Jaime pensó en Portugal como escenario para su acción suprema: que metió la pata y los guardias en colaboración con la policía española, que por coger siempre al que no es, suele acabar cogiendo al que es, dieron con él y su bagaje de armamento en la cárcel de la villa. El avispado Luis Candelas de la modernidad, había conseguido tener dos hijos de la señora que andaba ya como de viuda por el mundo y cuando regresaba a casa -¡hogar, dulce hogar!- los niños le acosaban: «¿Papá qué tal has robado hoy?»¿ Y el buen padre callaba, no fuera a que le delataran sus propios hijos, que son traiciones que suelen producirse y les mandaba a la cama: «¡A dormir con los angelitos, que papá tiene mucho que hacer!... Y Jaime Giménez Arce, atracador y matón, terminó en la cárcel, esperando el indulto¿

Cargando contenidos...