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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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EN ALGUNAS MALAS circunstancias he intentado superar mis quebrantos anunciando mi condición de enfermo consuetudinario término éste que me lleva a suponer que efectivamente estoy enfermo. ¿De qué? De muchas cosas y no siempre de aquellas que pueden ponerse en manos del doctor de turno, porque hay enfermedades que no tienen cura, como las ermitas. La edad sobre todo es especialmente cruel con los aquejados de algún mal: Y no cabe intentar justificarse o eludir un compromiso, aludiendo a la edad, porque la mayor parte de los habitantes de este planeta aunque enfermos lo pueden soportar sin levantar demasiadas sorpresas. Yo estoy enfermo. Y mi enfermedad es la determinada tal vez, por la edad; porque me dicen que mi cabeza está bien amueblada, insólito resultado porque los muebles enfermos suelen afectar a toa la estructura, desde los pies a la cabeza. De ahí que cuando algún alma caritativa, creyendo que me hace un favor y que me demuestra estimación, me llama por el dichoso teléfono de todas las indiscreciones, es inútil que intentes convencerla de que evidentemente no puedes corresponder a su demanda, porque incluso con la cabeza bien amueblada, el reto físico ya no rige con la adecuada compostura y eficacia. El enfermo si lo está, no tiene más remedio que la resignación y encomendarse a la sabiduría de los doctores que nos sabrán interpretar. De vez en cuando, mucho más frecuentemente de lo que quisiera, debo acudir a hospitales, centros de salud y otros mecanismos científicos, sin que falte el vecino bien intencionado que me recomiendo que me recomiende los sabios caballos de la Fundación Carriegos, capaces de equilibrar las sangres renegridas y los malísimos humores con su trote sosegado y rítmico galopar, sosteniendo equilibradamente al enfermo (por lo regular, un niño discapacitado) un enfermo con esperanza de recuperación. Hasta tal forma la fe en esta caballería de la salud influye en nosotros, los enfermos, que no falta quien sugiere que no sería mal ni desacertado cambiar caballos por medicamentos. Pese a mi escasa condición y medios para la cabalgada tendré que someterme a la disciplina de los caballos de Carriegos para conseguir sostenerme en pie y caminar y atender las convocatorias y las citas. Porque lo perverso de la enfermedad no es la dolencia en sí, solamente, sino todos los sinsabores que acarrea. Y como enfermo consuetudinario que soy, me duele también la enfermedad en los demás y cuando nos reunimos en los ambulatorios, que son como las oficinas de la Medicina, intento reanimarme yo mismo y trasladar mis esperanzas a los demás compañeros, acaso mucho más graves que yo y con la cabeza peor amueblada que la mía. Desde aquí, que es mi tribuna de comunicación, quiero trasladar mis disculpas por lo que me obliga la enfermedad a descumplir. ¿Vosotros todos me entendéis? Pues gracias.

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