A CADA DÍA SU AFÁN
Camino de la Cruz
- Día 19, XX Domingo del Tiempo Ordinario Romería de la Virgen de Quintanilla (Riaño, León, 11 h.) - Día 20, lunes: Memoria de San Bernardo de Claraval, fundador del Císter Comienza la novena en honor de San Agustín (Convento Agustinas Recoletas, León, 19 h.). Hasta el día 28 Día 21, martes: Memoria de San Pío X, Papal Día 22, miércoles: Fiesta de Santa María Virgen, Reina Día 23, jueves: Memoria de Santa Rosa de Lima Día 24, viernes: Fiesta de San Bartolomé, apóstol VIA CRUCIS. Esas dos palabras recuerdan a los católicos el itinerario seguido por Jesús desde el pretorio en que es condenado a muerte hasta el Calvario en el que muere depositando su espíritu en las manos del Padre. Via Crucis. Esas dos palabras traen a nuestra mente las catorce imágenes que reflejan de forma visual aquel recorrido de Jesús, al tiempo que centran y guían la meditación cristiana de aquellos misterios que nos dieron nueva vida. Via Crucis. Esas dos palabras, escritas con minúsculas sobre el papel, pero con grandes ecos en la peripecia personal, han venido a significar «trabajo o aflicción continuada que sufre una persona». Se diría que la pasión de Jesús se ha convertido en paradigma y resumen de todos los dolores de la humanidad, creyente o no creyente. El latín pervive en ese binomio. Pero Luis Gómez Domingo ha preferido presentarlo en la sencillez de su traducción castellana: «Camino de la Cruz». Tal es el título de esa espléndida serie de quince cuadros que expone este verano en el salón parroquial de la Basílica de la Encina, de Ponferrada. Los que se acercan a visitar la nueva edición de «Las Edades del Hombre» pueden descubrir la simbología del «camino». Y de paso pueden recordar que ese camino pasa necesariamente por la cruz del Mesías y por su luz resucitada. Este itinerario de fe y de dolor es el que ha plasmado con sus ceras este turolense, profesor en el Instituto Gil y Carrasco de la capital del Bierzo. Más que crear escenas, el pintor refleja sentimientos. La arrogancia de Pilato contrasta con la humildad de un Jesús cabizbajo, casi confundido con la sombra. A lo largo del «Camino» hay soldados romanos que oscilan entre la impasibilidad profesional y la crueldad del que arrebata sus vestidos a Jesús. Hay mujeres que se cubren asombradas la boca con sus pañolones y hombres que observan con ojos acusadores. El ojo del espectador se acerca a la debilidad progresiva del Mesías que lo derriba tres veces por tierra. Nunca la pintura había sugerido un dolor como el que refleja el Cristo aplastado por la cruz en la VII estación. Casi se oye el grito que sale de la boca del Nazareno en la II Estación. Impresiona la mirada que fija en el rostro tenso y amoroso de María. El Cireneo se une a Jesús bajo el yugo compartido de la cruz y se ve el perfil realista y preocupado de la Verónica. El Crucificado recuerda el Cristo de San Juan de la Cruz, ya evocado por Dalí. El descendimiento del muerto une al cuerpo desarmado el dolor de la Madre, el ahogado gemido de la mujer y la mano eficaz del discípulo. Introducidos en el interior mismo de la tumba, atisbamos desde dentro la luz de un día que brota del mismo cuerpo resucitado en una XV estación que canta la vida y la esperanza. Las ceras oscuras no pintan paisajes. Pintan el alma humana. Y el alma divina del que con su muerte da luz a nuestra vida.