Diario de León

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A JÚPITER Suárez Villa, paisano, intitulado biólogo de oreja, ecologista inapelable y terco de raíz, osá, radical, le vi el otro día sublevado porque cayó un rayo en las peñas altas del macizo leonés de Picos de Europa, donde Caín afila sus cumbres en paraje inaccesible. Apenas el penacho de humo delató la pifia de los elementos, un helicóptero-bombero se personó en la fogata y la extinguió a base de meadas desde el cielo. A Júpiter Suárez y a su fundamentalismo biológico no le pareció nada bien atajar este incendio que no vino por mano incendiaria ni solapando intereses raros, sino por decisión o capricho de una Naturaleza que otros llamarían Providencia, decisión divina contra la que no cabe apelación. Sostiene Júpiter que el rayo en Picos tuvo desde hace millones de años un papel no menos decisivo que la lluvia en mantener y estimular la riqueza natural del sitio. ¿Con qué derecho -dice- apagamos un fuego que manda el cielo y con el que la tierra cuenta desde que empezó la historia?... ¿Qué ha venido ocurriendo con estos incendios naturales cuando no había helicópteros?... Pues que cumplieron su papel y, aun lamentando las pérdidas de masa forestal que conlleva, no es menos cierto el papel regenerador que propician las llamas. Tal es así, que en el primer parque natural de los Estados Unidos, Yellowstone, donde a cada chispazo o incendio no le dejaban pasar de conato, los biólogos llegaron a la conclusión de que su extinción no beneficiaba en nada a la masa arbolada que mostraba cierto empobrecimiento en vigor y fuste, así que se decidió provocar fuegos controlados (lo mismo les ocurrió con el lobo; fue exterminado en ese parque y ahora han tenido que repoblar con ellos la reserva para que el resto de la fauna no vaguee o degenere por falta de predador). Hubo también en Picos fuegos agrarios y domados. Ardía el escobedo. Hoy están prohibidos, pero hay argumentos en contra. ¿Proporcionaban su beneficio? Algún día se sabrá, pero será tarde. Júpiter Suárez no desatina, pero su defensa del rayo le viene en el nombre (a Júpiter-Zeus se le pinta con unos rayos atrapados en su mano) y porque las chispas que caen en los altos montes y peñas también modelaron este paisaje que nos hoy asombra (matando también a quien sube allí con metales de herramienta o escopeta, ya ves).

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