Diario de León

EL AULLIDO

El cielo de Nueva York

Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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HE VISTO SUEÑOS caros colgados como con perchas del cielo de Nueva York Camino por Nueva York con ciertos poetas locos que he conocido aquí, cada uno de una punta de la esfera terrestre. La novedad vital es energía dinámica para todo mi ser. Difícil apaciguarme. Taxis amarillos. Locales de jazz en los subsuelos. Niños jugando en un cementerio judío. Bourbon. Cerveza. El Bronx: todo parece el preludio de una noche interminable. Para tratar de instalarme en el centro de cada sensación ahora soy otros; de otros. Me he abandonado a mi lado gregario y por eso en este instante la normalidad parece tan grotesca como la policía. Rascacielos. Arden los cubos de basura. El metro me recuerda a un gusano en una lata de pescador. Veo un Santa Claus discapacitado en el escaparate de la juguetería más grande del mundo. Holismo. Vicisitudes que trae el azar. Hoy formo parte de este frenético todo¿ El Museo Guggenheim está cerrado por obras. En la Cocina del Infierno, desde el piso alquilado de un grafitero cuyo pelo parece una escultura abstracta, hemos subido al tejado como para dar un veredicto a nuestra época. Aquí un chico jamaicano vestido como para robar está recitando de memoria contra el mundo sus versos bailables de biselada, curtida, sensibilidad. Emocionante. Performance poetry. Cada imagen es una revelación. Juntos nos convertimos el coro de borrachos que vive en mi conciencia. Palabras que se engastan como abrazos. Reímos. La imaginación y el pensamiento unidos parece desde aquí ese humo que sale de las alcantarillas. Y todo me da vueltas. Escucho conversaciones con la desordenada atención de un excombatiente con síndrome de abstinencia. Brilla lo menos interesante, claro... Aunque de pronto todo se ralentiza cuando una chica morena de belleza espiritista saca de pronto del bolsillo de sus tejanos un poema espinado; electrificado. Lo lee como quien lo deja caer y por eso rueda¿ Esos versos parecen haber sido escritos en el despacho de un desguace. Ciertamente, como un sueño, ese poema cifrado es algo que no puedo comprender ni tampoco olvidar. Oh, me siento como el árbol que se mira en un río desde que estoy aquí, en lo alto de Nueva York. ¡Mira, aquello es el Puente de Brooklyn! Sí, todos necesitamos un puente hacia el otro. Todos echamos nuestros sentimientos a volar en los tejados; comunidad emocional a la intemperie es la poesía. Sangra como un tomate roto el atardecer. Los aviones comerciales pasan tan cerca de nosotros que parecen deseos. En un instante de meditación zen provocado por el bajón etílico, sí, yo trato de besar la mente de esa chica desordenada y solitaria capaz de transformar sus silencios en filosofía. La ciudadana salvaje, casi un ángel de incógnito, que nada más conocerme me pidió dinero, pero ahora acaba de regalarme el poema que ha leído. Equidistancias. Acéptame. Claro, esa clase de soledad no se finge. Labios de fuego de suburbio. Hola, dice sin palabras su extraña presencia. Ella, aunque perdida, sé que se sabe enigmática. Yo la miro. Los confines de mi mente se tocan por un momento mientras la comunicación no verbal arraiga en nuestros sentidos aquí arriba. Significados ocultos. Inmanencias. Dime, desconocido, ¿me prestas otros cien dólares?... Tienen razón las películas y los poemas: en Nueva York hay sueños caros colgados como con perchas del cielo de la ciudad.

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