Cerrar

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Por el himno hacia Dios

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

Creado:

Actualizado:

ERA EL TIEMPO LUMINOSO del Corpus Cristo, cuando se corrió en el colegio de los Maristas que habíamos de formar parte del cortejo del Carro Triunfante, como se llamaba a la Custodia, y que por tanto nos correspondía entonar el himno. Se encargó de su confección el muy ilustre canónigo señor Uriarte, que era músico y poeta. Y allá nos vimos todos los chicos de los Maristas entonando lo de «Jesús el Dios fuerte/ que la tierra y los cielos formó/ y entre todos los pueblos del orbe/ por su pueblo escogió el español». Como se puede comprobar, un dechado de imperfección, aunque se aplaudió la buena voluntad. Luego se hizo como imprescindible, para elevar el espíritu de lo leonés (El leonesismo que se dice ahora) que se creara el himno de León, y fue el autor de la letra, Don José Pinto Maestro. Y de la mano de un alcalde patriotero y populachero, se convirtió la obra de Don José Pinto en himno de León, cuya letra aunque la recuerdo, no la comparto por lo que tiene de tópica y energuménica. Y así, pasaron años y un día alguien exclamó: «Coña, si lo que nosotros necesitamos es un himno nacional que sirva para las procesiones, para los actos políticos y para los deportes locales, como la carrilada de los aluches. Y se intentaron algunos textos pero sonaron tan mal que se abandonaron. Pero al cabo de los tiempos, se impuso en la vida social, política, deportiva y energética, la idea de dotar al fin a España, la Patria de Isabel y de Fernando, de un himno. Sobre todo para que los futbolistas negros, cobrizos y alemanes se contagiaran del espíritu hispano, que bien que lo necesitaban y sobre todo para que Raúl, que parecía ser promocionado para capitán permanente de la tropa pelotonera, dejara de contemplar el cielo raso doblando el cuello. En la España monárquica y múltiple se produjo un movimiento lírico de tal naturaleza que no hubo más remedio que ponerle música cantable al regalo de boda que hizo Guillermo de Prusia al Rey Carlos III de España. Y comenzó a surgir el río musical de los himnos. Y fueron, entre otros, Marquina y Pemán, los que pusieron manos a la faena, ensartando versos como abalorios. Y alguien exclamó al escuchar los bodrios nacionales: «Que no es eso». Y ahora y en esta hora nuestra de orgullo nacional, nos disponemos a anunciar un concurso, certamen, juego floral, ejercicio literario o como se quiera llamar para conseguir el himno que España necesita como el comer. No hacía falta tanta preocupación. Ni tampoco se hace necesario establecer certámenes ni concursos: El himno, lo haga quien lo haga, continuará siendo un chanda, tachunda sin sensibilidad ni temperatura. Y el autor inevitablemente será el cabo ranchero de la Compañía. ¡Dejad de himnos y más pan blanco, que se diría en tiempos en el que el amor a la patria se demostraba, sin músicas ni pífanos. Nos informan que tampoco los ingleses tienen himno oficial, pero tienen barcos.

Cargando contenidos...