Diario de León

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LLEGAN noticiones científicos porque veranillos académicos y cultos también los hay, agostos de cultura algo vaga. Viene bien a la vacación alguna tarea entretenida o de provecho (si no llegas al conciertín o la charlona picuda siempre encontrarás ese libro que solapa cada verano, estación ideal para ojeos y hojeos). Si leemos es por aprender a soñar; o por creer que vivimos otras vidas sin tener que salir de unas páginas. Ya nos vale. Acabará siendo cierto lo de Joaquín: «Desengáñate, Pedrín; la literatura es como el sexo, embrutece»... Literatura, ficción, cuento... León Felipe también tenía razón: nos mecen la vida con cuentos... y nos gustan porque en ellos es otro quien sueña por nosotros; y porque son pomada para los días grises. Incluso la ciencia suena a veces a cuento (son los mejores para soñar porque apoyan sus patas en certezas- trampolín). Dos noticias de anteayer traen banqueta para charlarlas. Una es arqueológica (los veranos son de hurgar y excavar). En Finlandia o por ahí han encontrado un chicle de cinco mil años, ahivá la órdiga. Gran notición. El primer chicle de la historia lo merece. ¿El primero?... Dice Lucas Mallo, que fue ujier de facultad, que tururú, que el primer chicle fue la primera carne cruda que comió un mono con ganas de ser hombre; y que, tras descubrir el fuego y la cazuela, el chicle por excelencia ha sido toda la vida los tendones de la carne asada, esa goma tiesa que la cocina cazurra llama «cantador» y que puede estar dando vueltas entre dientes desde la comida hasta la cena. Pero el chicle de infancia pobre, desde entonces hasta anteayer, fue el trigo, granos mascados pacientemente hasta hacer un bolillo gomoso y algo estropajoso que entretenía las mandíbulas. La otra noticia es de pararse: a las mujeres (de aquí o del Tibet, de hoy o del paleolítico) les gusta mayoritariamente el color rosa por razones genéticas y no culturales. Lo dicen unos científicos ingleses. Y esto es así por ser la mujer en un origien recolectora (rojo y rosa identifican el fruto maduro). ¿Y el hombre?... El azul, porque mientras la mujer recolecta, el varón tumba su fatiga cazadora y mira al cielo para filosofar esperando la cena, así que el libro con el que el hombre empezó a soñar son las apabardas (azules, como todo el mundo sabe).

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