Diario de León
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CARLOS G. REIGOSA
León

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EL PRESIDENTE George W. Bush parece un jugador que, con la partida perdida, se dedica a sacrificar fichas, con la esperanza de cambiar su suerte. Pero sus adversarios del Partido Demócrata no están dispuestos a soltar la presa. No saben qué harán con Irak (por eso no hablan de ello), pero sí saben cómo ir dinamitando los apoyos del presidente, que hace poco aceptó la dimisión de Karl Rove, su arquitecto político y electoral, y este lunes no le quedó otro remedio que dar por buena la de Alberto Gonzales, su fiscal general (ministro de Justicia). A Gonzales lo tenían enfilado por la destitución de nueve fiscales que presuntamente se negaron a favorecer intereses republicanos. Antes que ellos cayeron Colin Powell (secretario de Estado), Paul Wolfowitz (número dos del Pentágono), Donald Rumsfeld (secretario de Defensa) y John Bolton (embajador de Estados Unidos ante la Oorganización de Naciones Unidas). De los veteranos sólo queda en pie el vicepresidente Dick Cheney, que bien podría ser el próximo objetivo. Un panorama de declive ante el que los demócratas, crecidos, preparan su ofensiva de otoño. La guerra de Irak está a punto de sumar ya cuatro mil muertos estadounidenses, y la esperanza de una pacificación a corto plazo se aleja. Bush sigue perdiendo fichas, mientras se desangra su apoyo popular, pero nadie se atreve a formular una alternativa precisa para su política en Irak. Hasta sus más radicales críticos admiten que, después de haberse implicado tan a fondo en esa guerra repudiable, Estados Unidos no puede salir corriendo y dar carpetazo a la invasión. Son necesarias propuestas pragmáticas y esperanzadoras para que, además de elevar la temperatura otoñal contra Bush, crezca la credibilidad de los demócratas para afrontar una situación bélica que nunca debió producirse. De momento, los demócratas siguen atizando el fuego electoral contra las posiciones del presidente, con los republicanos atrapados en una situación de indefensión y de complicidad con Bush y sus errores. Pero en algún momento del otoño caliente que se anuncia, los demócratas deberán ofrecer opciones realistas capaces de conciliar los intereses de Estados Unidos con la retirada de sus tropas en Irak. Es fácil criticar a George W. Bush, pero no es tan fácil deshacer su entuerto.

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