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EL AULLIDO

Francisco Umbral, la mala hostia y la melancolía

Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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EXISTE UNA DIGNIDAD que sólo conocen los vencidos y por eso ahora que este poeta canalla ha sido vencido definitivamente nos queda sólo eso, su dignidad. la obra, esta tristeza, la ausencia, los destinos que conocerán los trenes cuando ya no estemos dentro¿ Francisco Umbral, al leerlo hoy, parece más que nunca una figura inmovilizada dentro del hielo. Pero en el recuerdo quedan primero los excesos. Y como exceso no fingido ciertamente Francisco Umbral tenía esa mala hostia ibérica, senil, cavernícola y genial que aún mantiene viva entre nosotros con talento Fernando Fernán Gómez por ejemplo. Eso unido a su voz como de reyerta animaba las tertulias literarias y las televisivas al tiempo que le convertía, a ojos de mucha gente, en más personaje casi que escritor. Sí, entre las luces de bohemia del Café Gijón se le recordará siempre con bufanda roja y unas gafas de pasta menos parecidas a las de Woody Allen que a las de Elvis Costelo. Allí, en ese café con penumbra de humo y conversación, tendrá siempre un hueco entre Valle Inclán, Pepe Hierro y otros fantasmas de prestigio que alternan invisiblemente: «en los tiempos del hambre una vez al mes, en el Café Gijón, nos invitaba alguien y así probábamos el tocino, que es el flan de los pobres» escribía en su última obra publicada, Amado Siglo XX, un testamento vital repleto de melancolía que leí hace poco por recomendación de Paco, el dueño de la Librería Alejandría y probablemente el librero de León que más lee. Sin embargo, a pesar de Mortal y Rosa, de Las Ninfas y Un ser de lejanías este amado y odiado autor, todo un Larra posmoderno, será recordado por su periodismo influyente y brillante aunque nada militante. Y es que resulta innegable que este escritor, mientras publicaba literatura en los periódicos, demostraba dominar casi orgánicamente el humor y la poesía lírica, y esos dos componentes son lo más difícil en literatura. Y, ya que en realidad era un bárbaro, lo hacía poniendo por delante el humor cínico y sobreactuado. Por ejemplo aún recuerdo aquello que dijo en una entrevista: «Ahora está de moda que, de vez en cuando, los columnistas publiquen sus columnas en un libro, dicen que para saldar una deuda con la sociedad. Bueno, yo también lo hago a veces, sí, pero no para saldar una deuda con la sociedad sino para cobrar esas columnas dos veces». O aquella otra pasada: «quién se va a creer que la Virgen de Fátima, largona ella como toda mujer, va y le suelta su misterio a unos chicos sin bachillerato». Ahora ese humor cáustico, machista y tenebrista al mismo tiempo recuerda más a Cela que a Mihura y Jardiel Poncela, y queda como testimonio caduco de una época y como huella en un camino llamado -para bien o para mal- tradición. «Las mujeres están para ser gustadas; luego unas se dejan y otras no, eso va por provincias¿». Pero, como en todo machista recalcitrante a lo Charles Bukowski, asomaba de fondo cierta ternura lírica que, al parecer, le hacía atractivo para las mujeres. Así Francisco Umbral, «ese vividor con consecuencias literarias» como le define David Gistau, hacía gala en privado y a veces hasta en público de sus conquistas y asuntos sentimentales con poetisas, cupletistas, redactoras de revistas moda y demás familia. De hecho gracias a uno de esos «lances furtivos» surgió el que, en mi opinión, es el mejor libro de cuantos ha escrito Umbral, aunque en este caso no está firmado por él sino sólo escrito y vivido a cuatro manos. Se trata del titulado De una niña de provincias que se quedó a vivir en un Chagall, Premio Adonáis, hito de la poesía surrealista española e inolvidable himno opiáceo en el que se ve su pluma por todas partes. Don Francisco Umbral: te han echado de la vida a tu pesar igual que una vez te echaron de León, sí, pero al menos así nos recuerdas que la ausencia de todo vividor es una invitación radical a amar la vida¿ Escríbenos si es posible desde el más allá para contarnos qué no echas de menos.

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