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LA MADERA de los olivos y cipreses que crecen en el suelo pobre y pedregoso del Peloponeso es madera que engorda lentísima y muy apretadamente, inyectada de resina, tanto, que cuando arde es antracita. Cualquiera de esos arbolones se convirtió en pebetero de brasas que tardaron una semana en apagarse. Entre lo que ardió en Grecia y arderá hay infinidad de árboles centenarios y olivos que superaron el milenio en esas muecas retorcidas de su tronco donde están escritos los nudos de la historia, uno por cada guerra a la que sobrevivieron; y fueron más de cien. Pero ese cerillazo no pudieron sortearlo. Las llamas de alguno eran pirámides insultando al cielo en su crepitar. Su humo nubla medio mar y los delfines piensan que las noches están robando los días. No puede haber dios que perdone un crimen así. El olivo es el pan antiguo de las gentes mediterráneas, símbolo de casi todo; es árbol sagrado en todas estas religiones meridionales. Todos los dioses lo protegen y las vírgenes lo visitan. Y los cipreses. Muchos son también milenarios y más importantes que una catedral por edad y por ser templos que siguen alzándose y sumando pináculos a su arboladura. Hoy, sólo la ceniza o una chamuscada tea petada en el suelo recuerdan lo que fueron, mientras su imagen evoca incendios familiares como demonios en nuestras cabreras, bierzos, maragaterías o sanabrias con sus castañones de largos siglos, encinas como basílicas, alcornoques gigantones, roblones de fuste pétreo. Sus laderas parecían de volcán y sus abrasadas troncas huecas fumarolas. Por eso he leído con tanta emoción como temor el gran catálogo de castaños bercianos monumentales que acaba de publicar Santiago Castelao en Villafranca del Bierzo, donde se recogen imágenes y retratos de castaños con un cuerpo que no lograrían abrazar diez hombres a la vez. ¿Y cómo impedir que un día suban ladera arriba hasta sus pies las llamas de un loco, de un resentido o un imprudente? ¿De qué manera indultarles ya de ese peligro cierto y anunciado? ¿Quién como Castelao les ve, les cuenta, les nombra y les reza?... Algún día, y será tarde, habrá que hacer un catálogo oficial de estas catedrales vegetales y ponerles cerca un extintor... o un bombero, como si fuera un sacristán de vigilias.