Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

Pobreza y seguimiento de Cristo

Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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Un fraile pidió a San Francisco permiso para tener como suyo un salterio. El santo le contestó: «Cuando tengas el salterio, querrás un breviario. Y cuando tengas el breviario, te sentarás en tu sillón como un gran prelado y dirás a un hermano tuyo: 'Oye, tráeme mi breviario'». El espíritu de dominio sobre las cosas lleva casi inevitablemente al deseo de dominio sobre las personas y, por tanto, a la falta de consideración y de respeto a los demás. Y es que el afán desmesurado de poseer sigue un trayecto bien preciso: de las manos al corazón, del corazón a los ojos, de los ojos al cerebro, y finalmente despojan al hombre de sí mismo. Únicamente el verdadero espíritu de pobreza garantiza un profundo respeto y amor a los demás. Únicamente el espíritu de pobreza hace que vayamos a los hermanos con el exclusivo deseo de servirles. La pobreza, que es algo más que la ausencia de bienes materiales, tiene el amor como punto de partida y como punto de llegada. Por eso quizá sea más propio decir que la pobreza, más que una renuncia, es una conquista. Ser cristiano es ponerse en condiciones de seguir el estilo de vida de Cristo. Pero para ser cristiano hay que tener realmente ganas de serlo, hay que ser capaz de hacer lo que el Evangelio pide, hay que escogerlo personalmente. Por eso Jesús termina con una sentencia clara y definitiva, que explica las condiciones que uno debe ser capaz y estar dispuesto a aceptar: «El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío». Hay que amar a Jesús por encima de toda cosa, más que todo lo que uno pueda amar. Desde luego que, diciéndonos esto, Jesús no nos está diciendo que no debamos amar a nuestra familia. Ni que no debemos amar a otras realidades que hay en nuestra vida: los amigos o nuestra tierra o las pequeñas aficiones que nos dan alegría. Lo que enseña es que no podemos quedar encerrados en ninguno de estos amores. Jesús nos está diciendo que no podemos convertir a nuestra familia en lo más importante de nuestra vida, ni tampoco nuestro trabajo, ni nuestro partido político, ni ninguna otra cosa. Y menos aún, claro está, nuestro dinero, o el fútbol, o la tele. Que por encima de cualquier cosa que amemos debemos ponerle a Él, debemos poner la salvación que Él nos da, y debemos poner la llamada que Él nos hace a seguir su Evangelio. Y luego viene la segunda condición: llevar la cruz. O, dicho de otro modo: renunciar a todo para seguir a Jesús. Es decir, saber, tener muy claro que para vivir amando a Jesús y su Evangelio por encima de todo, hacen falta esfuerzo y renuncias, hay que estar dispuesto a no hacer siempre lo que a uno le venga en gana. Y eso cuesta. Y por eso Jesús dice muy claro que si uno no está dispuesto o no se ve capaz de esforzarse, que no piense que es un buen discípulo.

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