Diario de León

Gente de aquí y de allá | Regreso al ruedo

José Tomás hace felices a todos

Firme, extraordinario con el capote y la espada, reapareció en Salamanca dos semanas después de la espectacular cogida de Linar es e hizo pleno ante un público re ndido y apasionado

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Barquerito - salamanca
León

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Dos semanas después de la cogida de Linares reapareció José Tomás en Salamanca. Ambiente formidable, extraordinariamente propicio, incondicional, rendido, apasionado. De antemano, el cartel traía una dosis de morbo: estaba anunciado Ponce y Ponce soñaba con esta corrida precisamente. No hay trato ni de palabra siquiera entre los dos toreros desde que Ponce decidió caerse del cartel del 17 de julio en Ávila. Esta de Salamanca iba a ser la única y última coincidencia entre los dos. Tenían la corrida firmada Ponce y Tomás desde primavera. La fatalidad se cebó con Ponce en Murcia justo en la víspera del ajuste de cuentas. Una cogida, adiós temporada. Se notó la ausencia. No en la taquilla. Sí en el lugar donde los toreros dirimen los pleitos. Faltó la presión Ponce. La corrida, muy notable espectáculo, fue emotiva y brillante. Movida y hasta ajetreada porque los seis serios toros de El Pilar hicieron cosas extravagantes en abundancia: atacar en tromba, venirse arriba, venirse abajo, rajarse, perderse, acosar, hacer hilo, reponer pegajosamente, mirar de sesgado, no entregarse ni en el momento en que parecieron rendirse. Corrida nada sencilla, aunque el sexto rompiera a bueno y el primero resultara a la hora del recuento el de mejores notas. Pero la competencia para José Tomás no iba a venir ni de El Fundi, que a punto de cumplir veinte años de alternativa se encontró el caramelo inesperado de una sustitución propuesta por el mismo José Tomás; ni de El Capea, que se había aupado al cartel de más fuste de toda su vida de matador. Salieron los tres a hombros. Se le fue la mano al palco, generoso y fácil. Pero también a la gente, que no se saciaba con nada. Y, sin embargo, ninguna de las dos faenas de José Tomás, que eran el reclamo de la inmensa mayoría, llegó a vibrar con tensión continua. Ninguna fue redonda ni nada parecido. Tuvieron de mérito especial la firmeza. La apostura tan solemne y segura del torero, que volvía al tajo sólo dos semanas después de una cornada grave. Pálido y extremadamente delgado José Tomás. Elegantemente vestido de carmín y oro. Elegantes todos los gestos: la manera de pisar como si se posara. O de llegar a la cara del toro. No todas las veces, pero sí las suficientes. Y la manera de irse y de sentir entonces ese runrún aprobatorio con que se hacen sentir en la plaza los suyos. Ni El Fundi ni El Capea fueron meros comparsas. En parte, porque sus toros atacaron mucho más que cualquiera de los del lote de José Tomás, y porque lo hicieron, en algunos momentos, muy inciertamente.

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