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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Los libros del verano

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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RESULTA PERFECTAMENTE INÚTIL repetir que en España no se lee, o si se prefiere que no se conoce el modo de aprovechar un libro, salvo que se le utilice para adorno. El índice de lectores más o menos habituales, suele ser tan escaso que a nadie se le ha ocurrido la idea de hacer un análisis estadístico, aunque no fuera más que para ocultar el grave defecto social y no digamos cultural. En España, al cabo de este largo proceso de adaptación al medio solamente leen las mujeres que no han aceptado la servidumbre de la edad. Los hombres andan enregados a problemas de supervivencia, ensayando la política como medio de vida. A la mujer se le da la política por añadidura. Para corroborar esta afirmación más bien crítica, nos asomamos durante las vacaciones del verano, que aseguran que son los momentos felices en los cuales el ser humano consigue la emancipación como miembro de una comunidad civilizada, para abrir un libro, y recorrimos durante días y días los distintos lugares en los cuales parece o parecía ser el lugar más propicio para entablar diálogo personal con el libro, y nos fue posible advertir que solamente, en algún apartado rincón sombreado, una señora o señorita tomaba el sol con un libro abierto ante sí o con un periódico dispuesto a ofrecer su menú informativo. Entre la multitud de asistentes al ceremonial del mar, había ancianos, personajes fornidos y muchachas en flor. Y se desplegaban bajo la poderosa presión solar, sombrillas, casetillas, tabernillas y chicas dispuestas para el alarde de desafiar al sol mediante el tradicional sistema de suprimir ropa, dejando al descubierto esa tentación que siempre una mujer en estado de gracia o sea como Eva, antes de la aventura de la manzana y la serpiente. Pero en todo el amplio estadio en el que se convertía la plaza y sus derivados, ni un solo libro, ni un periódico para leer (había periódicos para disputarle al sol sus furores). Y el que suscribe, que andaba por la línea verde de la playa dispuesto a gozar de un exquisito gozo apto sólo para bípedos implumes, al cabo de varias horas de revisar el espectáculo, decidió tirarse sobre la arena y desplegar el periódico inevitable de cada día. Y las gentes pasaban por delante de mí y hasta se detenían un momento, contemplándome como un bicho raro recién escapado de algún zoo¿ Y recogí el periódico y coloqué el libro dabo mi brazo y me levanté huyendo de la morbosa curiosidad de aquella gente que parecía sombrada y hasta asustada de ver un hombre sobre la arena que leía un libro. Sentí vergüenza, como cuando al recibirnos el cantamañanas de turno, nos invitó a mostrarnos su casa. Al pasar por el cuarto de baño y mostrar la riqueza de su composición, nos advirtió sonriente: «Este es el cuarto de baño. Pero afortunadamente todavía no nos ha sido obligado usarlo».