La ley del péndulo
LA XUNTA de Galicia, parece dispuesta a afrontar la profesionalización de la función pública, que, más allá de ser la asignatura pendiente de la democracia, da la sensación de estar en acelerada regresión hacia el enchufismo y la endogamia. Claro que a los responsables de esta reforma les vendría bien un toque de realismo, para no creer que la ley es una herramienta infalible, y para recordar que, como dice el pueblo, detrás de cada ley hay una trampa. Antes de esta norma hubo magníficas leyes que, pensadas para acabar con idéntico problema, fueron degradadas o desalojadas por leyes posteriores que, bajo el señuelo de la modernización, sirvieron para someter la función pública al poder político. La ley franquista de 1964, verdadero germen de la Administración moderna, estuvo a punto de lograr el salto a la profesionalización definitiva, hasta que la democracia, con algunas razones muy entendibles, movió el péndulo hacia el lado contrario. La ley socialista de 1983, más moderna pero menos rigurosa, también se malogró en sus infinitos retoques. Pero tanto la ley de 1964 como la de 1983 demostraron que no hay nada que hacer si no se detiene la ineficiente diarrea legislativa que padecemos. Y por eso cabe temer que esta nueva ley también sea matizada por nuevas leyes e interpretaciones pactadas a conveniencia, y que su duración no sea mayor que la señalada por el regreso del PP al poder. Para justificar y aumentar este derrotismo, el ejecutivo gallego no pudo sustraerse a la tentación de desalojar a la administración fraguista antes de iniciar el proceso de profesionalización. Y por eso me temo que la acumulación de designaciones realizada en las últimas semanas -formalmente correcta, legalmente impecable y políticamente comprensible- esté poniendo las bases para que el PP introduzca en su programa una nueva reforma legal con el objetivo de profesionalizar la Administración sólo después de desalojar de ella al social-nacionalismo. El vaivén sólo acabará cuando un gobierno valiente y generoso asuma la idea de profesionalizar a los que ya están dentro. Porque profesionalizar a los que uno metió por la puerta falsa, o puso en franca disposición para ganar un concurso, ni es mérito ni garantía. Sólo es una forma, ahora legalizada, de seguir el penduleo.