El romance de un movimiento

El proceso de confección de Los Comuneros comenzó a gestarse en la cabeza del autor en 1972. «Las campanas de San Pablo/han cesado de tocar./De pie, los procuaradores/se yerguen para mirar/al rey postrado de hinojos/a la izquierda del altar». Estos primeros versos, los escribió siete años antes de empaparse de geografía comunera. El Diario de León ofrece a sus lectores mañana sábado un nuevo número de la Biblioteca Leonesa de Escritores, esta vez protagonizada por el poeta berciano. «En síntesis -escribe José Luis Gavilanes Laso, encargado de la presentación del libro- y de extremo a extremo, los hechos que se relatan en el poema comienzan el 2 de febrero de 1518, en la Iglesia de San Pablo de Valladolid, con el juramento del rey Carlos I; y acaban, con el agarrotamiento en una almena del castillo de Simancas del obispo de Zamora, Antonio Acuña, el 24 de marzo de 1526». Durante esa fecha se presentaron los avatares del movimiento, dirigidos por una burguesía mercantil y clase artesanal, arrastrando al pueblo llano en defensa de los derechos municipales conquistados. En frente, el absolutismo realista y los privilegios de los grandes, que salvan sus diferencias y acaban por asociarse contra, nunca mejor dicho, el enemigo común, derrotado en Villalar el 23 de abril de 1521 y decapitados sus capitanes Bravo, Padilla y Maldonado. Luis López Álvarez es un leonés de origen nacido en la localidad berciana de La Barosa, en 1930, aunque tempranamente castellanizado y pronto cosmopolitanizado. Se licenció en Periodismo y Ciencias Políticas en Francia. Funcionario de la UNESCO para América Latina y el Caribe hasta 1984, actualmente reside en Puerto Rico. Su producción literaria es eminentemente poética: Arribar sosegado , Víspera en Europa , Las Querencias , Rumor de Praga , Cárcava , Tránsito, Elegíaca , Púlpito . Es académico correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española y «Castellano Ejemplar 2006» por tierra Comunera. Para conformar la materia, el autor eligió vocablo, verso, ritmo y modelo estrófico que más le convenía. Y ese modelo estrófico no podía ser otro mejor que le romance; composición, formada por una serie indefinida de versos octosilabos que riman en asonante los pares y quedan sueltos los impares. El autor no se limita a narrar la anécdota o glosar los acontecimientos de forma desapasionada, sino que se introduce dentro de los personajes y de las circunstancias, trasmitiendo las emociones individuales, con sus tristezas y su alegrías y las vibraciones de la colectividad. Alternan magistralmente el manejo de los sentimientos humanos, las pausas meramente descriptivas o subida de tono épico en la acción.