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Publicado por
ROBERTO L. BLANCO VALDÉS
León

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HACE unos días se quejaba amargamente Puigcercós, actual hombre fuerte de ERC. Su lamento, pretendidamente nacional, expresaba, en realidad, con increíble desvergüenza, el llanto eterno de quienes, sabiéndose más ricos que los otros, no quieren compartir su patrimonio: «El modelo autonómico se ha agotado por una razón muy sencilla», proclamaba Puigcercós. ¿Que qué razón?. No le den vueltas: «Porque no nos permite vivir todo lo bien que podríamos». ¡Que gran líder de la izquierda! ¿Se imaginan que un potentado saliese en los periódicos aclarando que se niega a ser fiscalmente solidario con los desfavorecidos porque pagar impuestos no le permite vivir como quisiera? No, no se lo imaginan, porque ya nadie se atreve a plantear la cuestión de la solidaridad interpersonal con la desfachatez con que estos izquierdistas de salón se atreven a enfrentarse al problema central de la solidaridad territorial. Es el de Puigcercós, un discurso reaccionario. Reaccionario, sí... pero eficaz, como acabamos de comprobar en estos días, cuando quien ha de hacerle frente es otro gobernante de esa nueva izquierda líquida que presume de impulsar subvenciones lineales que desprecian como un dato irrelevante el nivel de renta de los beneficiarios. La prueba de que ese discurso ha acabado siendo asumido por quienes deberían rechazarlo -por quienes, de hecho, lo habían rechazado hasta la llegada a la dirección del PSOE del «rey de la liquidez» ¡y nunca mejor dicho!- está en esos 826 millones de euros adicionales que le han caído en suerte a Cataluña por aplicación de una previsión estatutaria, radicalmente inconstitucional, que le dice al Estado cómo debe invertir sus Presupuestos. El coro de los agraviados no se ha hecho esperar e irá en aumento. Pues, a las demás Comunidades les pasará, antes o después, lo que a aquellos griegos de las aventuras de Asterix que, privados casi de comer en unas olimpiadas, veían ponerse morados a los galos. A su protesta contestaban sus entrenadores (los aliptos) que los galos eran unos decadentes. Y a los aliptos replicaban los griegos, llenos de razón: «Nosotros también queremos ser decadentes! ¡Sí, sí, decaigamos, decaigamos!».