QUERIDO MUNDO
Tiempo de promesas
DESPUÉS de toda una legislatura con los partidos políticos en permanente campaña electoral, abruma pensar lo largo que es el tramo que todavía queda hasta el día de votar. Y abruma sobre todo porque en este dilatado período los políticos pueden alcanzar muy altas cotas de demagogia, con mucha menos credibilidad de la que hoy tienen. Es difícil imaginar la enorme cantidad de promesas que se pueden hacer -y que se están haciendo ya- en tanto tiempo. Promesas de todo tipo: sociales (una amplísima gama), de infraestructuras, de precios, de consumo, de modernización, de progreso, etcétera. Y todo ello con el único objetivo de obtener nuestro voto y ganar las elecciones. Es la ley de la democracia. Nosotros decidimos un día y ellos los cuatro años siguientes. ¿Cumpliendo sus promesas? No necesariamente, porque algunas de ellas será mucho mejor que caigan en el olvido cuanto antes. Tierno Galván decía que las promesas electorales estaban para no ser cumplidas, y sabía de qué hablaba. Cuando se llega al poder hay que intentar hacer lo mejor para el país, y si lo mejor no es lo que se prometió, hay que decirlo (aunque no se diga con palabras) y obrar en consecuencia. Lo han hecho todos los políticos cuando la realidad les ha mostrado su verdadero rostro. Estos días oímos todo lo que ya no sabemos si queremos oír. Porque nosotros también deseamos lo mejor para el país, y no estamos seguros de que algunas promesas no hipotequen nuestro futuro. Por ejemplo, esa ocurrencia de pisos-para-todos que ha tenido el presidente andaluz, Manuel Chaves, y que tanto le ha gustado a la ministra de Vivienda, Carme Chacón. Así, a palo seco, sin memoria económica ni nada. Porque España va bien y nuestra economía lo soporta todo. ¿O no lo soporta, señor Solbes? Tiene razón el presidente Zapatero en que la gente quiere más políticas sociales. Pero esa misma gente también quiere que la economía española vaya aún mejor en el futuro. ¿Son deseos contradictorios? No lo creo. Pero sí son dos deseos que es necesario armonizar para no acabar lamentando en el futuro las alegrías de hogaño. Necesitamos menos promesas a bulto y más transparencia sobre la forma de mejorar nuestra realidad.