Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

¿Quién mató a Madeleine?

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VICTORIANO CRÉMER
León

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TIENE USTED RAZÓN, quizá no toda la razón, pero algo sí tiene usted cuando se me adelanta para corregir mis pasos, para enmendar mis crónicas, para enderezar las investigaciones que se centran al cabo de cuatro meses o seis en la desaparición de esa deliciosa niña inglesa, de nombre Madeleine, desaparecida misteriosamente del lugar en que pasaba sus vacaciones, en compañía de sus padres; ingleses de situación legal, gente indiscutiblemente honrada, incapaz de cometer la más mínima irregularidad. Tiene usted, repito, señora, toda la razón al corregirme cuando me dispongo a componer mi crónica de cada día, cuando adelanta con espíritu de reproche crítico, que hartos problemas tenemos acumulados los españolitos madre nos guarde Dios, para que nos entreguemos a la investigación de la niña desaparecida. Confieso que cuando me alcanza razón las imágenes de aquella niña bonita, de ojos grandes y atentos, de sonrisa luminosa y de atuendo original, se me escaparon las lágrimas. Confieso que soy bastante sentimental y que lloro hasta con las telenovelas venezolanas, pero aquella niña inglesa, anclada en tierras fraternas de Portugal, me ganó la voluntad y el corazón¿ La prensa se encargó de facilitarme los datos que sin duda necesitaba para componer mi singular versión de los sucesos que pudieran haber ocurrido: desde el rapto por algún comando miserable rumano o una desgracia mortal de las que nadie se libra. Sabía que la madre de Madelaine era inglesa, que su padre pertenecía a la misma etnia británica y que figuraban entre las familias que se pueden permitir el lujo de veranear en tierra extraña. Se me informó de que la madre era católica apostólica y romana que ejercía la medicina y obvio es declararlo, que amaba a sus hijos. Bueno, pues al cabo de meses de la misteriosa desaparición de Madeleine, ni Sherlock Holmes ni Aghata Christie son capaces de conocer cual ha sido el contenido verdadero del guión dramático. El caso es que todos, más o menos, se encuentran sumidos en un mar de confusiones cuando se les sugiere que muy bien pudiera tratarse de una desgraciada circunstancia, en la que los padres de la criatura han sido declarados sospechosos. Y esto es lo que mueve a desdeñar problemas como la subida frenética del precio del pan, el índice estremecedor de parados y el decaimiento del imperio del ladrillo, cuando tantisimos seres humanos se encuentran sin vivienda. Lloramos por Madeleine, sí¿ ¿pero qué pasa con los precios, con el pan, con la leche, con la luz, con la vivienda, con las elecciones generales? Lloremos sí por Madeleine pero sin olvidar a la nómina de infortunios que se gestan a nuestro alrededor y del cual muy bien podríamos acabar con la desesperación de las masas, fruto de lo imprevisible. Que ya lo advirtió el romancero bíblico cuando anunciaba previsor: «El Hijo del mismo Dios / nació en un pesebre/, donde menos se piensa / salta la liebre».

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