Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

El niño de Capadocia

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VICTORIANO CRÉMER
León

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COMO NADIE LE CONOCÍA y parecía haber caído del cielo, el veterinario del poblado, que era hombre de muchas entendederas y de largo ingenio le dio por llamar al infante, «el Niño de Capadocia», sin verse obligado a dar información ni sobre el lugar de origen del recién caído, ni de su historia, ni mucho menos de su ubicación - según frase que se le antojaba imprescindible- en la configuración del mundo. Era aquel un tiempo en el cual solía suceder que con la del alba aparecieran sobre la tierra sosegada y pobre del lugar, gente extraña, de color indefinido y de lenguaje entrecortado, como de quien no está seguro de ser bien acogido y tartamudea al intentar explicar su presencia. «Bah, solían asegurar los más piadosos, será un fugitivo» Y con tanto abundamiento de supuestos, en «El fugitivo de Capadocia» fue el santo y seña con el cual se le reconoció, durante el tiempo que le tocó vivir en aquella villa, muy historiada, con catedral y cuartel de la Guardia al mando de un sargento muy mayor ya y con la experiencia desgastada. Al cabo de una temporada entre arboledas, riquezas y territorios que se perdían a lo lejos, con un relumbre permanente de poblado reseco, se descubrió que ocultaba entre breñas y recodos oscuros del paisaje, un compañero. Y dieron los más curiosos y decididos en vigilar al niño de Capadocia. Y al final de la investigación pudieron componer una fabulación muy posible: se trataba de un anciano que bien pudiera ser padre del fugitivo, o sea fugitivo también. Sin saber de quien huían, ni a quién temían ni por qué se ocultaban, al modo de los ladrones de caballos¿ Acabaron por saber que aquella misteriosa pareja había elegido el pueblo como el lugar más propicio para sus fines: ocultarse de un poder que se antojaba muy severo y obligaba a la pareja a borrarse las huellas como la zorra de las cacerías. Pero la guardia aunque nadie la instigara para que acometiese la tarea de perseguir y retener a los dos desconocidos, hizo las correspondientes averiguaciones que imponen las ordenanzas y en una operación militar de mucha ciencia, cercaron a los fugitivos, o lo que fueran, en su rincón y le llevaron a la Comandancia. Fueron interrogados a conciencia, sobre todo el Niño de Capadocia, porque el viejo no movía ni la mirada y si el sargento le preguntaba se echaba a temblar y lloraba silenciosamente¿ El joven se explicó: efectivamente eran padre e hijo y andaban buscando un rincón en el mundo en el que descansar y morir en paz. Habían estado en la guerra última y se suponía que la habían perdido. ¿Y que puede hacer un lugar como este -repetía el veterinario- una pareja de fugitivos que ha perdido una guerra? La respuesta le fue dada al señor sargento un amanecer: El viejo murió afortunadamente en brazos de su hijo y este fue declarado culpable de algo. Fue ajusticiado por auxilio a la rebelión amparando la fuga del padre. El caso es que ocurrió de verdad cuando lo de la guerra¿

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