Diario de León
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CARLOS G. REIGOSA
León

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LA IMPUNIDAD con que se incumplen las leyes relativas al uso de símbolos patrios (sobre todo de la bandera española constitucional) o se consiente la quema de retratos de los reyes es preocupante, y más preocupante aún es que algunos quieran vestirlo de tolerancia, cuando sólo es debilidad y oportunismo. Porque no se trata de que a uno le guste o no la bandera de España, ni de que sea monárquico o republicano. Se trata de cumplir las leyes que libremente nos hemos otorgado y no consentir que sean pisoteadas por cuatro radicales atolondrados y en algunos casos claramente teledirigidos. Ésta y no otra es la cuestión. Si una ley no gusta, las Cortes o un referéndum legal la pueden cambiar. Pero si una ley está en vigor, es para que se cumpla en todas partes por igual. Porque todas las partes del Estado y todos los ciudadanos somos iguales ante ella. La falsa tolerancia -de la que nos hemos hecho adictos- es la que explica esos silencios clamorosos ante continuados incumplimientos en este ámbito. También tiene su parte la cobardía política. Y aún se esgrime otra razón particularmente perversa: es mejor incumplir la ley que provocar desórdenes públicos para hacerla cumplir. ¿Alguien ha pensado adónde irían a parar todas nuestras garantías jurídicas -y nuestras seguridades en general- si se aplicase este argumento al conjunto de nuestras leyes? Mal camino si la que tiene que ceder es la ley. Peor camino si el que consigue que ésta ceda es el radical antisistema. Jamás suspiré por ninguna bandera ni por ninguna monarquía, pero defiendo lo que representan en nuestro Estado de derecho, y lo defenderé mientras nosotros mismos -es decir, la mayoría de los españoles- no adoptemos ningún cambio al respecto. Los Gobiernos españoles que no han exigido el cumplimiento de las leyes nos han hecho un flaco favor como comunidad democrática. El Tribunal Supremo ha emitido hace poco un dictamen inequívoco. Pero nada se ha movido. Y la cuestión es ya tan dramática que parece que el verdadero provocador es el que pide que la ley se cumpla. Porque lo mejor, dicen algunos, es que todo siga como está. Es decir, en claro deterioro y con los totalitarios avanzando. Mal camino. El peor.

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