Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Manuel Viola (José Vila Gamón)

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VICTORIANO CRÉMER
León

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EXISTEN PINTORES VIVOS o bien recordados, que merecerían disponer del privilegio de resucitar precisamente entre los vivos. Pintores de los cuales se puede decir que no solamente marcan un tiempo, una época, una forma original de expresar sus sentimientos y sus recreaciones, sino lo que al final resulta más conmovedor y decisivo: Pintores para el conocimiento y para la vibración. Porque así como existen inventores cerebrales o descubridores de espacios, de formas y de colores, siguen ante nosotros, artistas capaces de interpretar el grave momento en el cual les está dado vivir. Manuel Viola, o, si se quiere, por su nombre verdadero, José Viola Gamón) es uno de esos extraños seres que soportan fulminaciones asombrosas, nacidas de su hombredad. Quizá lo que importa de verdad sea lo que el artista conlleva, lo que le nutre y le proyecta. Manuel Viola es, era, será uno de esos seres admirables capaces de cumplir con su condición de hombre en su tiempo y de traducir éste mediante lumbres y sombras, temblores y deslumbramientos. Recogió Manuel Viola de Maurice Denis, palabras que proponen más que el descubrimiento de misterios o milagros, sentimientos y explosiones. Manolo, que ha tomado parte en la historia de una tierra a la ama, no se detiene en descubrir cuáles pueden ser las líneas o las ideas que pueden ayudarle a expresar sus conclusiones, como hombre, de lo que está viviendo, porque no olvida la definición de Mallarmé, cuando dejó escrito: «La pintura, como la música o la poesía no es una creación hecha con ideas sino con palabras, con sentimientos y con profundas verdades personales, liberadas. La pintura realizada por Manuel Viola, no es, pues, la consecuencia de una definición intelectual, sino el resultado de una personal versión, de un sacrificio, de una vibración íntima, espiritual, humana. La pintura de Viola no necesita ser explicada, se explica por sí sola y conmueve como una gran derrota¿ Ante una obra del pintor aragonés, el contemplador se siente incorporado a un mundo profundo y doliente, pero real y acaba por sentirse parte del documento vivo de aquella exposición de color y de puro estremecimiento espiritual. Cuando Manolo se enfrentaba con sus telas, con sus anchos mundos, lo que estaba traduciendo, lo que impone, es la emoción de lo auténtico, de lo perfecto; tanto da que se trate de alquiles como que resuma esa sangre que corre por las calles, de las que habla Neruda. La Galería Armaga de León, ha tenido la sensibilidad suficiente como para registrar en sus anales este triunfo de la pintura-pintura que expone en sus muros y un público asombrado se asoma a este caudal de color, de misterio, de arte que llega a lo verdaderamente sensible del ser humano. Yo conocí a Manolo Viola. Yo sigo, a través del tiempo y de la dramaturgia española admirándole. Me atengo a la cita de José Hierro cuando anotaba en su cuaderno: «Lo dije antes: El Duende, la Musa o el Ángel: Manuel Viola».

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