Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

Auméntanos la fe

Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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Todo cristiano tiene que hacerla suya porque es la petición justa. Justa, porque la fe es algo que se pide: es un don de Dios, el don fundamental de Dios sobre el que descansan los demás dones, como el del ministerio que Timoteo había recibido (segunda lectura). Todo compromiso apostólico se hace a causa de la fe. Por eso es justa la petición: «El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe» (primera lectura). Se dice fe y se piensa inmediatamente en una serie de verdades que creer, en un complejo de doctrinas que suscribir. Y, sin embargo, se debería pensar, inmediatamente, en una persona. Creyente es, esencialmente, uno que se ata, se adhiere totalmente a otro. Uno que se fía de otro. Se trata de una realidad dinámica. Se establece un lazo de unión con Dios, no simplemente para colocarse en sitio seguro, para estar protegidos, sino para «dejarse llevar», dejarse guiar. Nos confiamos a alguien con vistas a un camino. Se cree para «caminar con...». La fe es una amorosa fidelidad que transforma la vida del creyente y que lleva a éste a transformar la realidad que le rodea, haciéndola conforme a la voluntad de Dios. La fe se mueve por amor, nunca por interés, y el amor es un motor que nos lleva a la acción, al compromiso, a la lucha por el Reino. Por eso, ningún creyente auténtico puede sentirse libre de la amarga sorpresa de descubrir, en un momento de dificultad, que la fe no le reporta ningún beneficio, ninguna solución. ¡Cuántos creyentes han advertido, en un duro golpe, que cuando confiamos en la providencia de Dios, ésta no se deja sentir! ¡Cuánto cuesta percibir que Dios no es la solución mágica e instantánea para los problemas en los que nos metemos! ¡Cuánto cuesta percatarse de que la verdadera fe lleva al creyente a descubrir, en medio de la catástrofe, la presencia alentadora de Dios, acompañándonos y dándonos Él lo que es tarea nuestra! La providencia no es la manipulación de Dios en la historia, sino la fidelidad que Él conserva hacia nosotros en medio y a pesar de todas nuestras eventualidades y errores. Una fidelidad misteriosa, desconcertante, pero fidelidad inquebrantable. Qué triste espectáculo el que damos muchas veces con nuestra fe infantil o adolescente, inmadura e interesada, buscando más lo que se puede obtener que lo que se puede dar. Sin embargo, la fe es un camino de maduración, y hacia ahí debemos ir todos. Un camino que, probablemente, no nos va a resolver ninguno de los grandes ni pequeños problemas de nuestra vida, pero que va a dar un sentido a toda nuestra existencia, que es lo que tanto necesitamos. Los discípulos le piden a Jesús que les aumente la fe. También nosotros necesitamos que nuestra fe mejore, más en calidad que en cantidad; que sea verdadera fe-confianza, entrega alegre e ilusionada al plan de Dios.

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