Gente de aquí | Toda una estirpe
Mi abuela tiene una tataranieta
Una familia leonesa reúne en vida a cinco generaciones de un mismo tronco materno que oscilan entre los cinco meses de edad de la nieta y los noventa y cinco años de la tatarabuela
Cosas de las leyes de la heráldica, de haber elegido el destino la rama masculina, el apellido en cuestión se habría perpetuado un siglo en el tiempo, pero por la vía femenina la mezcla es tal que «el más extendido es García, pero no sé muy bien de dónde vendría y en cuántos casos se ha mantenido más o menos puro». El caso es que Henar (hija), que tiene cinco meses, Ana (madre), de 28 años, Ana (abuela) de 50, Victoria (bisabuela) de 73 y Pilar (tatarabuela) con 95 y en condición de cabeza de familia, conforman un particular caso de prolongación de una estirpe que permite a cinco generaciones de mujeres convivir en un espacio cronológico más reducido de lo habitual (no llega a los cien años) y con la peculiaridad de que todas ellas proceden de un mismo tronco común: son madres e hijas. Ana es el penúltimo eslabón de la cadena. Acaba de ser madre del bebé «pero yo rompo un poco la costumbre porque ellas, prácticamente todas, se han casado con 20 años y a los 21 han tenido a su primera hija. Yo me casé con 25 y la niña me ha venido ahora a los 28, pero la alegría ha sido la misma». Residentes en León aunque procedentes de La Sota de Valderrueda en su origen, cuatro de las cinco generaciones disfrutan aún de sus maridos en vida: «Solamente ha muerto el tatarabuelo, y falleció hace tres años. No hemos conseguido hacer también el recorrido de tatarabuelo a nieto por muy poco». Más de cien componentes La totalidad de la familia puede ll egar a sumar «más de un centenar de componentes, entre primos, tíos, sobrinos y demás familiares» y en la receta no hay secretos: «Las últimas generaciones no lo sé, porque llevamos una vida un poco más ajetreada en consonancia con los tiempos, pero ellas simplemente se han dedicado a alimentarse como se hacía antes, a trabajar como en aquella época y lo que sí vemos es que son personas con muy buena salud», insiste Ana hija. Las abuelas trabajaron en el campo, mi madre estuvo en una agencia de seguros, yo hasta antes de tener la niña me dedicaba a la hostelería en una cafetería del centro y mi niña... se verá con el tiempo». Aún con la particularidad que ofrece el caso, la familia no ha considerado pertinente organizar fiestas especiales. «Cuando bautizamos a la niña nos reunimos todos, y es el mayor acto extraordinario que se puede decir que hemos hecho, pero por lo demás no hay nada de particular». La vida sigue, de hecho. Hoy igual que hace veinte lustros...