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¿QUÉ ES peor, el fuego o el agua?... No lo tienen nada claro los que han visto a las riadas levantinas segar casas por las patas o reblandecer hasta la ruina sus esqueletos de barro. Al fuego, mal que bien, se le puede encarar, pero al agua ¿quién la detiene, quién para la avalancha de lodos y arrastres que baja rugiendo y desatando furias?... No hay modo, no hay diques, no hay parapeto de saco terrero que valga y sólo cabe subirse al tejado y rezar para que no llegue allí la pantanada. ¿Arder o ahogarse?... De pequeño nos impresionaba mucho en la escuela aquel caso supuesto de alguien que estando en trance de ahogarse no dudaría en aferrarse a un hierro al rojo vivo y dejar su mano hecha carbón si alguien llegara a ofrecérselo en ese momento. El agua da miedo y, si ruge, da pavor. Lo mastican los habitantes de La Silva, caminito de Bembibre, que aseguran que el día que se produzca allí una crecida les llevará todos por delante porque, entre obras de autopistas, furacamientos y hormigonadas, tienen muchos boletos en la rifa de una desgracia. ¡Que limpien al menos el cauce del río, dicen los vecinos, que lo tienen hecho una verdadera porquería y es apresamiento de vertidos como si fuera alcantarilla!, porque el agua que no les pase por debajo acabará pasándoles por encima. Que se lo digan, si no, a esos pueblos del Levante que acusan de lo que ha ocurrido allí al abandono y ocupación de los cauces de avenida, a la acumulación de caña y broza que ciega el cauce y al constructor que se ciega y empapiza edificando en el sagrado lecho madre (recuérdame otra vez el viejo precepto chino, «jamás construyas en las venas del dragón»). ¿Qué no hará un río como el Órbigo cuando baje en desmadre y haya de pasar por aquellos tramos donde antaño tenía tres puentes para sus tres ramales y ahora es sólo un canal canalón entre escolleras?... Anegará, romperá por donde pueda y, lo más gracioso, habrá que indemnizar a los okupas de ribera que se plantaron contra natura y contra toda lógica en los dominios del agua porque les dio licencia la junta, los confederados, la nutria municipal o la codicia. Contra el fuego se puede luchar. Contra el agua desatada no hay plan que valga, salvo orillarse y no invadirla. Cualquier animal que no coma bellota de plata lo sabe.